A Sergio
Él. Siempre es él. Se asoma a mis pensamientos de puntillas. Sin hacer ruido. Y de pronto su presencia me asusta, incluso me avergüenza. Pero creo que me estoy acostumbrando.
Sólo le he visto una vez. Pero su mirada fue tan auténtica que bastó para que piense en él todos los días, a cada rato. La autenticidad ha pasado de moda y cuando la reconoces en una sonrisa sincera, ya no quieres separarte de ella.
En el autobús busco un rostro similar; entre la gente, un gesto parecido. Camino por las calles intentando hallar entre el deambular de personas sin nombre esa mirada que me proteja del olvido. Pero no la encuentro y es entonces cuando me desespero y mi deseo vuela hasta fusionarse con su recuerdo. Esa mirada oscura, brillante. Mirada humana.
Habitaba en las calles, su mundo entre botellas y cartones, envenenado de angustia. En compañía de la soledad y una gratitud eterna, paradógica, reflejada en sus pupilas. Alma de poeta y cuerpo herido de frío y realidad. Sueños de alquitrán. Un buscador, al igual que yo. Una presencia maldita para una civilización en ruinas. Una existencia entre sombras que aquel día iluminó la mía.