jueves, 12 de marzo de 2015

De Graná... a pedacitos

* A Ángel, Luis, Esperanza, Manolo, Limón, Patxi, Miguel, Aristo, José Manuel, Mostapha, Ricardo, Sergio, Pilar, Jorge... y a tantos otros ángeles de las aceras. (Si les ven por los alrededores de Plaza de Toros, sonríanles, porque son personas mágicas)

“Quizás no importe el sitio, eso está de más”
(Love of lesbian)

A veces, medio en sueños medio despierta, vuelvo a recorrer esas calles y confío en que esa parte de mí escapase con la última brisa de primavera mientras paseaba por la Avenida de la Constitución aquel día de junio, cuando tras despedidas agridulces, tenía la intuición de que el corazón ya no me pertenecía y que saldría disparado de mi pecho hacia cualquier lugar. Y así fue, al menos, en parte. 
Avenida de la Constitución (al fondo, Sierra Nevada)
Esa parte de mí, quizás, pidió permiso a la Inmaculada que preside los jardines del Triunfo y se elevó hasta Sierra Nevada, hasta la cima del Mulhacén, donde Dios sólo tuvo que agacharse unos metros para recogerla en su abrazo. O tal vez no fue así. 
Mirador de San Nicolás (barrio del Albaycín)

Tal vez, le gustaron tanto los atardeceres en el Albayzín, mientras la suave melodía de una guitarra flamenca rozaba el ambiente con un arte mágico y gitano, que se quedó allí, hechizada, contemplando la Alhambra y las casitas de pintura y cal bañadas por los reflejos rojizos y dorados del sol. Visión celestial como pocas... Puede ser

O que al descender, por las estrechas callejuelas a Plaza Nueva, la eclipsaran los espectáculos callejeros y la música de grupos como Elsa Bhör.

O también puede que, la mirada del muchacho que olía a tabaco, sudor y vino barato captara su atención aquella noche de noviembre en la Plaza de Gran Capitán. Me gusta pensar que fue así. Que aunque nunca más me reencontré con esa mirada auténtica que aun añoro, una parte de mí está con él, viéndole resurgir de sus propias cenizas, siendo así satisfecho uno de mis mejores deseos.

Lo más probable es que una de esas bonitas tardes de viernes, encontrase refugio en medio de unos amigos que buscaban mitigar la soledad con un tiempo de ocio en unos locales de Cáritas Diocesana, y entre intensas partidas de dominó y ping pong, descubriese que aquella compañía era única e inigualable.

Sin embargo, es posible que, esa parte de mí eligiera un lugar donde todo el mundo es bien acogido. Un oasis situado en una de las calles que cruzan Puentezuelas y que tantas veces atravesé. La calle Paz. En un pequeño monasterio donde ángeles de azul dan hospedaje a quienes, cansad@s de la frialdad de la ciudad, buscan una oportunidad para serenarse y mirar al cielo. Es posible que, si algún día vuelvo por allí, las Hermanitas del Cordero sigan cuidando de esa pequeña parte de mí.

Quizás, ese trocito de mí, deambule por los alrededores del Comedor Social de San Juan de Dios, mezclándose con esas personas sin nombre ni rostro y con el corazón tan herido que sólo quisieran dejar de sentirlo.

O siga paseando tan campante por el Cerro, buscando el abrigo de las cuevas y sus habitantes, acompañada por los sonidos de sus instrumentos, sus historias -a veces tristes, pero increíbles- y las vistas de la sierra y de esa ciudad, que embrujan el alma.