martes, 1 de diciembre de 2015

La dama y su corcel

Desde septiembre de 2009 hasta agosto de 2015. ¡Gracias amiga!
"Había una vez
un ángel de El Kelaa Des Srharna,
en la región de Marrakech,
que durante un tiempo,
paseó por estas calles
y convivió con nosotras..."
El Kelaa Des Sraghna

Últimamente regreso a menudo a Tudela. A las calles, plazas y cafeterías a las que íbamos juntas, de las que ni siquiera sabías el nombre y te reías de ti misma. Camino hasta el Ebro, donde en aquella ocasión te pedí amistad eterna- rodilla hincada incluida- y una funda de cojín árabe como señal de compromiso. Tus carcajadas todavía resuenan en las aguas.

A continuación, me acerco a tu burrito. El primer día que te visité en Tudela, estuviste toda la tarde dándome la murga de que me tenías que llevar a ver al burrito, que era lo que más te gustaba de tu ciudad. Como poco, imaginé una gran escultura de un asno de mirada humilde y alforjas llenas. Debí intuir que tú te dejabas siempre sorprender y encandilar por cosas más sencillas, como la silueta de un pollino pintada en la pared desconchada de un edificio viejo. En mis sueños, me aproximo a él y le acarició el lomo mientras cierro los ojos... y siento que estás ahí, a mi lado, con tu perfume, tu risa blanca, tu sonrisa auténtica y tu presencia firme. Un ángel.

Nunca pensé que tendría que escribirte esto, así, en estas circunstancias. Hasta ahora sólo habíamos compartido apuntes (Arial 11, interlineado 1'5, ¡ésa eras tú!) y esos escritos tan nuestros que no nos atrevíamos a enseñar a nadie más.

Querida amiga, creí que había aprendido a mirarte en mis recuerdos desde el cariño y el agradecimiento, pero todavía queda mucha nostalgia. Es difícil despedirse de una amiga; es terrible asumir que no volveré a sentir ese feeling, esa confianza total, plena, inexistente con alguien más, que me llenaba de seguridad y alegría.

Y es que entendíamos la vida desde la misma perspectiva: lo personal, lo familiar, lo social, los estudios, la fe... aunque tú fueras musulmana y yo cristiana. Era gracioso cuando hablábamos: 

- Soy un bicho raro por esto que creo/siento/pienso/me ocurre... 
- ¡Y yo!! Entre mi gente, también soy a la única que le pasa”.

Sintonía perfecta. ¿Cómo era posible que la distancia y el tiempo no fueran impedimentos cada vez que volvíamos a vernos?

Todas las noches, antes de dormir, le pido a Dios que te diga que te quiero y tantas otras cosas que me hubiese gustado contarte y que no tuve tiempo. Que apliqué los consejos que me diste la última vez que nos vimos. Cosas de mi trabajo que sé que sólo tú escucharías y comprenderías de esa manera que sólo tú sabías hacerlo. Que agradezco las interminables charlas por teléfono cuando estudié en Granada, aunque tuviéramos exámenes al día siguiente; los encuentros personales ¡y los whatsapp Pamplona- Tudela y viceversa! Que añoro tu bondad espontánea, tu optimismo y tu forma de animarme los días. Que necesito tus abrazos, saber de ti, de tus bromas y teorías racionales. Que disfruté atendiendo tus preocupaciones, tus dudas e intenté darte lo mejor de mí como esperanza.

Recuerdo tu inocencia y cómo hablabas con desconocid@s como si l@s conocieras desde hace años. Recuerdo lo concreto: ¡cómo me cuidaste aquel día de julio que llovía a cántaros para que no me mojara porque tenía una celebración! Cuando me invitaste a merendar aunque estuvieras de Ramadán, y me explicaste que no lo pasabas mal, sino que llovían bendiciones para ambas. Aquel té en el Café Iruña después de nuestro último examen de primero, ¡el más difícil! ¡Cómo competíamos por la nota! Una tontería de lo más motivadora.