"Cuenta la leyenda, que hubo una vez
una manada de maniquíes que se opuso
a que los convirtieran en meras perchas de ropa y etiquetas..."
Hace tiempo que quería escribir sobre las etiquetas. Pero sin el deseo de criticar a nadie (aunque sí algo), porque supongo que muchas veces -y la mayoría de ellas inconscientemente- también yo intento cumplir con mi etiqueta, me aferro a ella para no ser contradictoria y no salir de mi zona de confort.
Me han llamado
conservadora y revolucionaria, feminazi y provida, hipster y
descuidada, hippie y capitalista. Para mi profe de ciencias naturales
era la chica del 4'75. Mucha gente me tiene por una persona tímida y
en otros ambientes, en cambio, soy la payasa. No me identifica
ninguna de esas clasificaciones. No totalmente. Al menos, en esta
etapa de mi vida.
También la publicidad, la sociedad, la familia nos impone ciertos roles que “debemos” asumir. Las mujeres “debemos” resaltar por encima de todo la belleza física y el servicio incondicional (si no, nos convertimos en feas, gordas y malas). Los hombres “deben” ser atléticos, fuertes, sin demostraciones de ternura (y menos con el mismo sexo) ni de debilidad.
Por no hablar de cómo
las mayorías etiquetan de forma negativa ciertos
comportamientos de minorías, sólo porque no son los habituales
para la cultura predominante. Según la teoría de la reacción
social, intentamos cumplir con las etiquetas que nos ponen, por tanto, si tildamos a alguien de delincuente, esa persona lo va a ser (explicado a grosso modo). Y esto
verifica que los conflictos sociales son una cuestión comunitaria y no sólo de individuos concretos. Pero ese es otro tema del que no escribiré
hoy.
La verdad, sólo quiero
ser yo, con mis defectos y mis dones, pero yo al fin y al cabo.
Siempre en esa búsqueda incansable de la verdad y con ella, la
justicia. Con ideas de diferentes colores, pero que soy capaz de
razonar por mí misma, aunque eso conlleve no pertenecer a ningún
grupo o a varios, pero no del todo.
No quiero preocuparme
por mi forma de vestir, por cómo llevo el pelo ni por mis gustos
musicales; no quiero sentir culpa por ser quien soy, aunque tenga
ilusiones estúpidas, sueños imposibles, comportamientos
tradicionalmente masculinos y en muchas ocasiones me sienta a medio
camino entre dos polos opuestos. Y lo que es más importante, no
quiero controlar cada palabra que salga de mi boca, dependiendo de
quien esté presente; ni poner trabas a mis pensamientos porque no se
ajustan a la imagen que me gustaría tener de mí misma y dar a l@s
demás. No voy a esconderme tras un muro.
De hecho, el problema no
es mío, sino de la mirada ajena que espera estereotiparme. Y en esa
mirada estamos todas las personas, no importa la ideología. Todas
demostramos nuestra intolerancia, nuestra hipocresía. Ya lo decía
la gran Chavela “a nadie le gusta vivir con una persona libre.
Si eres libre, ése es el precio que tienes que pagar: la soledad.”
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| El único pecado que no se perdona en España es el de no tomar bando y resistirse a unirse a un rebaño u otro. El que tiene mucho apego a un rebaño es que tiene algo de borrego (C.R.Zafón) |

