sábado, 27 de octubre de 2018

Más allá del reflejo

Cuando echo la vista atrás y contemplo esta pequeña maravilla que es mi vida, sonrío a pesar de las heridas. Todas las piezas van encajando y forman círculos concéntricos donde una causa genera una consecuencia, las experiencias provocan decisiones y el presente es coherente con el pasado. Porque siempre somos un poco lo que nos hacen, aunque prefiramos olvidar.

A cada paso, me descubro inundada de contradicciones que me ayudan a salir a flote. Soy una romántica, que ha perdido la fe en el romanticismo; una calma ebria de actividad; una ingenua, desconfiada; una hermana menor orgullosa de su mediocridad. 

Soy un alma libre con corazón de mimbre. Albergo sentimientos intensos por individuos a los que apenas conozco frente a la rutina de quienes de verdad quiero. Sin embargo, he aprendido a dejar atrás pequeños amores que me roban tiempo y a dar prioridad a esas personas que son familia sin serlo. Tengo tanta gente dentro... que en los momentos de oración, lagrimean los recuerdos.

La lucha entre la búsqueda de armonía y la necesidad de conflicto, va a acabar conmigo un día de estos. Sufro daltonismo social en un mundo enfermo y veo el paisaje según los colores de mi lienzo. Habito de tantas formas en el centro de mí misma que cuando no me sorprendo, me doy miedo. Ardo siendo hielo y sólo me reencuentro en mi laberinto de deseos. 

Grito en silencio cuando las musas me muerden los dedos y escribo secretos que no digo, pero que pienso. Callo ante lo que no comprendo y no me achanto ante el postureo moderno. Adivino cenizas entre las letras de un cuaderno y me pregunto si es posible nacer de nuevo. Si me das a elegir entre la lluvia o el viento, escojo el sol para que ilumine mi sendero. Quiero ser la claridad del cielo, pero me intoxican los nubarrones del invierno. Y me alegro: puede que nunca vuelva a ser lo que estoy siendo.