- Te dije que lo que Tú quisieras, pero no era de verdad. Y no quiero “culparte” ni enfadarme por no haber cumplido MI voluntad. Pero no puedo evitar sentir tristeza. Estás tan claro y evidente en las personas sin hogar, Dios Mendigo... Estaba tan segura de que me traías aquí, de la mano de Francisco, para estar con ell@s y así estar contigo. Me hacía tantísima ilusión, que no puedo evitar sentir rechazo por un voluntariado en un centro para hombres con discapacidad. Tú lo sabías, ¿por qué me haces esto?
- Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde (Jn. 13, 7). ¿No me ves aquí, en estos hermanos tuyos que tienen la inocencia de unos niños y una ternura que me refleja? ¿No me ves crucificado y mendicante en ellos que también son excluidos y abandonados, quizás mucho más dependientes que aquellas personas que sufren la calle? ¿No encuentras una gran pobreza en carecer de salud? Haz el bien sin esperar nada a cambio (…) y serás hija de Dios (Lc. 6, 27 – 58).
- Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde (Jn. 13, 7). ¿No me ves aquí, en estos hermanos tuyos que tienen la inocencia de unos niños y una ternura que me refleja? ¿No me ves crucificado y mendicante en ellos que también son excluidos y abandonados, quizás mucho más dependientes que aquellas personas que sufren la calle? ¿No encuentras una gran pobreza en carecer de salud? Haz el bien sin esperar nada a cambio (…) y serás hija de Dios (Lc. 6, 27 – 58).
Este fue mi
primer diálogo con Jesús durante esta Pascua Franciscana. Y como
siempre, Él tenía razón. Aunque al principio, anteponía las
cosquillas en el corazón a la llamada a ser hija y heredera de un
Dios Mendigo. Que precisamente es mendigo porque se da por completo,
sin pedir nada a cambio, pero esperándolo todo. Él me puso a prueba
y, por pura Gracia, elegí seguirle como Padre: desde una entrega
incondicional en lo pequeño. Sin embargo, Él no se deja ganar en
generosidad. ¡Gracias Señor! ¡Tuya es la gloria!
Pronto
comprendí que nada podía hacer por aquellos hombres tan especiales,
únicamente compartir mi cariño. Por el contrario, ellos nos
acogieron, nos regalaron sus sonrisas, sus divertidos gestos y
cantos, aceptaron que los acompañásemos a pasear y que les
ayudásemos a comer. Su abrazo me tocó en lo más hondo. Si
Misericordia es poner el corazón en la miseria de la otra persona,
ellos fueron infinitamente misericordiosos conmigo. ¿Discapacidad?
Su gran capacidad para confiarse en manos de desconocid@s, su gran
capacidad para la alegría y sobre todo, para la ternura me desbordó
totalmente. Y en el fondo de su mirada, se podía ver un alma
prisionera de un cuerpo enfermo. El alma de un hijo muy amado. Mi
hermano.
Entre
los diversos rostros del Señor que trabajamos durante la Pascua, me
quedo con éste: el rostro de la ternura del Padre.
"Y al separarme de ell@s, lo que me había parecido amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo" (Test 1-3) - Francisco de Asís |
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