Tampoco para tu familia es un cumpleaños cualquiera. Es el primero que celebras en casa después del ictus. El primero que sabemos tajantemente que nunca volverás a ser el de antes (ni la abuela). Aceptarlo nos ha costado (y nos sigue costando) muchas lágrimas y noches en vela a mi madre y a mí. Pero no te pongas triste, abuelo... Sabemos que tú sigues ahí, con tu buen humor y tu genio, atrapado por esta enfermedad que tanto nos hace sufrir, sobre todo a ti.
Reconozco que echo de menos tu conversación, tus chistes malos y las expresiones divertidas en euskera. Echo de menos que me cuentes tu vida y esas anécdotas que repetías una y otra vez hasta que me las aprendí de memoria. Echo de menos verte pasear por el barrio, con tu txapela, tu bastón y tus gafas de sol, parándote a hablar con todo el mundo, que por algo eres el alcalde de Iturrama. Por añorar, hasta añoro lo bien que sonaba mi nombre en tus labios. Sin embargo, hay una cosa que no me hace falta recordar: tu sonrisa, esa sonrisa que muestras a quienes te saludan por la calle y que te reservas un poquico más con la familia, salvo si te chincho y te hago monerías como si fueses un niño. Porque tú siempre fuiste un poco niño, y por eso, en algunos gestos que todavía conservas, te reencuentro.
Hoy, celebro tu vida como cada año. Celebro cada uno de los 386 días que han pasado desde que renaciste. Celebro seguir compartiendo momentos contigo. Porque el recuerdo de estas tardes junt@s, más o menos divertidas, sea verano o invierno, renunciando a otros intereses o deberes, ya nadie me lo podrá quitar. Celebro teneros como abuel@s, porque mucha gente tiene abuel@s, pero no como vosotr@s y tampoco mantienen la relación tan especialmente bonita, estrecha y constante que nos une.
Has tenido una vida dura (y la yaya también), de guerra y de posguerra; trabajando desde que eras un crío: el campo, las vacas, la bodega..., yéndote lejos de casa en busca de sustento...; apenas fuiste a la escuela ni tuviste demostraciones de ternura por parte de tu madre, quien murió en tus brazos de chaval; conviviendo con tus suegr@s desde recién casado; emigrando del pueblo a la ciudad... Y por último, este golpe bajo a tu salud. Sin embargo, ¿te das cuenta de que has tenido una vida plena de sentido más allá de las dificultades? ¡Bravo, abuelo, bravo!!
Eres un ejemplo de fortaleza, de hombre currante, valiente, cercano con tod@s, ahorrador pero no apegado al dinero, sencillo, sin grandes pretensiones, que ni siquiera se planteó cuales eran sus sueños y sacrificó sus deseos, siempre tirando para adelante por su mujer y sus hij@s. Un ejemplo de persona buena.
Me encantaría ser así. Ahora que el éxito se traduce en grandes logros, que se exige una visión globalizada y el derecho a la ignorancia es un lastre porque hay que saber y opinar de todo. Yo quisiera actuar como tú, en lo concreto, en mi entorno. Y desgastarme en lo pequeño y no visible, aportando mi granito de arena dentro de una normalidad silenciada.
No sé cómo habrás sido como esposo (aunque no he visto a nadie querer tanto a su compañera de vida como tú a la tuya), ni como padre, hermano o amigo, pero como abuelo has sido el mejor.