"Sea la Luz un acto humano"
- Antonio Gamoneda -
¿Cuánto amor del bueno es capaz de asimilar un corazón estándar?
Desde luego que no tanto como el que nos han dado en Colombia. No podría nombrar a todas las personas que hemos conocido y querido en Medellín y Corozal, pero ellas saben quienes son. ¡Gracias por tanto amor!! ¡¡Nos ha desbordado!!
He dejado pasar los días con la intención de centrarme, de bajar de la nube y que las emociones que me han traspasado durante la misión se minimizaran, para poder escribir la experiencia pasándola por el filtro de la razón. Pero no puedo. Tengo la sensación de estar un poquito allá todavía y de que parte de mí jamás volverá del todo.
Regresar a Corozal, en lo particular, no me resulta sencillo. La misión evidencia mi fragilidad y cuán apegada estoy a las comodidades de mi vida. Tal vez por eso, la decisión de unirme de nuevo al equipo misionero no fue una decisión pensada. Fue un impulso. Tenía muchas ganas de ver a la gente a la que he permanecido unida en la distancia... ¡y que sea lo que Dios quiera!
No es fácil comprobar la pobreza y las dificultades que atraviesan muchas personas. ¡Qué necesarios son los proyectos franciscanos! Un faro de esperanza ante situaciones familiares duras, la falta de empleo y de medios económicos para cubrir lo básico; la carencia de recursos para realizar estudios superiores, las viviendas de invasión, la corrupción... Y ves llegar a l@s niñ@s a la obra social, sonriendo, y piensas en su enorme fortaleza, a pesar de ser tan peques. Me desequilibra y me llena de impotencia. La violencia y la injusticia relacionadas con causas estructurales generan consternación.
Como me horroriza palpar la falta de afecto y de apoyo en much@s menores en cuyos abrazos, que tanto bien nos hacían, se perciben tantas cosas como callan. Es complicado no poder leerles en la mirada lo que sienten o piensan aquell@s de mayor edad, que seguramente están más rot@s, porque ni te miran a los ojos -¡con lo bonitos que los tienen!- y no queda más remedio que creer en lo que cuentan y quererles mucho más, independientemente de que sea verdad o no. Aunque elijan un camino que no les conviene. "Por favor, cuídales Tú", creo que es la oración que más repetí esos días y aún hoy. Confío.
Sin embargo, a pesar de la miseria que nos ha interpelado, la riqueza de Corozal está en su gente, a través de la que Dios se ha hecho presente. Me he descubierto en sus brazos de Padre en los detalles de cariño y cuidado de unos frailes todoterreno, de jóvenes súper disponibles y siempre gamberr@s de cuya compañía disfrutamos; de las personas mayores con mil anécdotas para contar, de l@s colaborador@s de la parroquia y su amistad, de las clarisas de Magangué y su pedacito de paraíso, y de es@s maravillos@s niñ@s que nos han permitido quererles y nos han querido sin juicios.
Las personas
en Colombia nos han enseñado que siempre es posible dar más, dar en exceso y que esa
entrega puede ser gratuita. Especialmente los frailes, sin quienes la misión no sería posible. No sólo porque nos acogen en su casa y nos soportan, sino porque también nos sostienen. Siempre encontramos una puerta abierta como respuesta a nuestras múltiples peticiones. ¡Cuánta generosidad y paciencia infinita! ¡Han sido para nosotr@s, padres, madres y hermanos! Compartir momentos (¡y risas!) con ellos, nos esponjaba el alma. En Corozal, Medellín ¡y en Bogotá! ¡Qué regalo de despedida nos hizo el Señor con esa última tarde tan franciscana en la capital y con semejante concierto que nos ensanchó el corazón! Siento cumplida la promesa de Jesús: “Os aseguro
que quien deja casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por mí o
por el Evangelio, recibirá el ciento por uno...”. ¡Tenemos la fortuna de contar con una gran familia al otro lado del océano!