Conocí
a Manuel por correspondencia. Me lo pidieron como favor y acepté por
sentir que hacía una obra de caridad. No tenía ni idea.
Al
principio, me costaba rellenar un folio con anécdotas sin
importancia y preguntas protocolarias, pero poco a poco, me fui
animando. Le escribía acerca de mis aficiones y sueños, sobre mi
familia, el trabajo, mi forma de pensar y de ver el mundo. Pronto,
aquel desconocido de caligrafía elegante y precisa se convirtió en
un amigo íntimo, sin apenas advertirlo. Me habían avisado: Manu era
muy especial.
Me
contestaba siempre, dándome sabios consejos desde esa humildad de
quien se sabe indigno para intervenir de manera alguna en la vida de
los demás. Según me contaba, antes de quedarse en la calle y dormir
en las aceras de Madrid, Barcelona o París, vivió en Marruecos y
Pakistán en un tiempo que no recordaba. Hacía diez años había
sufrido un accidente que le había dejado amnésico y solo en el
mundo. Hablar sobre ese pasado que únicamente podía imaginar a
través de flashes y momentos inconexos que iluminaban su mente de
repente le hacía sufrir. Lo sabía por las señales de sus lágrimas
en el papel. No quise hurgar en la herida y preguntarle más, pero
era consciente del dolor que esa incertidumbre le causaba.
Por aquella época, Manu estaba en prisión y allí dentro se dedicaba a
enseñar a otros presos a escribir o dibujar. Él mismo realizaba
retratos de sus vecinos de celda y de las instalaciones del centro
penitenciario. A menudo, me enviaba alguna de sus pinturas y podía
adentrarme, a través de sus ojos, en la vida de aquellos tristes
prisioneros.
Siempre
finalizaba sus cartas con un agradecimiento y el deseo de conocernos
en persona algún día. Sin embargo, a mí me gustaba así, a
distancia. Me gustaba imaginármelo, que su presencia física no me
afectara para trabar una amistad profunda. Disfrutaba de esa relación
mágica creada a través del papel y la tinta. Quizás fuera cobardía
y esa paz perezosa de no tener que implicarse en exceso con alguien.
Ignoraba que los anhelos de Manuel eran órdenes para un destino
aburrido de castigarle injustamente y no poder vencerle.