Este verano, del 1 al 5 de julio, una pequeña representación de la familia misionera que se consolidó en Colombia el año pasado, nos reencontramos en Asís como agradecimiento al Señor por todo lo vivido y con la conciencia plena de continuar la misión desde la oración y la propia vida. ¡Qué mejor lugar para hacerlo que la tierra de Francisco y Clara, quienes han sido el nexo común de tod@s nosotr@s!
Desde el primer momento, percibí que Asís es un lugar de encuentro y comunión de toda clase de personas de diferentes países y no sólo por las que estaban allí físicamente, sino por las que llevábamos en nuestros corazones para pedirles a l@s sant@s que intercedieran por todas ellas. Y de algún modo, el resto de misioner@s, hermanos y hermanas de Colombia también estaban allí, abrazad@s por el papá y la mamá de la familia franciscana.
O no sé, puede que estuviera muy sugestionada por la ilusión de estar en Asís (¡por fin!) y conocer los lugares por los que paseó el Poverello, que tan bien me fueron explicando mis amig@s y compañer@s de viaje, Javi y Marielo.
Veía a Francisco ascendiendo por las empinadas cuestas de la ciudad, en la plaza donde reconoció a Dios como su único Padre, durmiendo en las pequeñas celdas de Rivotorto y orando en la Porciúncula. Lo veía en los frailes que iban y venían por la explanada del Sacro Convento o cantaban vísperas en comunidad. Lo vi claramente en San Damián, la primera vez que entró en esa ermita derruida, cómo ante el crucifijo sintió una llamada concreta y por donde, al final de su vida, se inspiró el Cántico de las Criaturas... Y en los caminos de las afueras, donde el sol parecía brillar más que nunca y el canto de los pájaros estaba en perfecta sintonía con su alrededor; en el encuentro con el leproso o en sus búsquedas de soledad y silencio. Me atrevía a imaginar qué pensaría y sentiría el joven Francisco poco tiempo después de su conversión o más adelante, cuando eran tantos y tantos... Y creo que descubrir la enorme belleza de estos sitios me ha unido un poquito más a él y ha nacido en mí un deseo mayor por vivir el Evangelio de su mano.