sábado, 24 de septiembre de 2016

El lado izquierdo del camino

"Si fueras siempre sol de primavera, 
si siempre fueras linda vida buena,
ya no te querría..."
(El Kanka)

Trabajo en un barrio que me tiene enamorada. No es que sea obrero, que también, pero es más que eso. Es simple y bastante pobre. Sus vecin@s son personas humildes que han luchado toda su vida por un bienestar que parece estarles vetado. Me encanta su esencia de pueblo, como si estuviera a decenas de kilómetros de la ciudad. Me encanta esa iglesia abandonada con su fachada de ladrillo y su suelo de piedra. Junto a ella, una colorida asociación de artistas okupas y un espacio abierto donde vive gente en sus caravanas. Las fábricas desiertas, las viviendas viejas... Ese ambiente que se respira me produce fascinación.

También me gusta la naturaleza salvaje, ésa que no depende del ser humano y que crece a su aire. 

A la tarde, cuando vuelvo a casa, voy por un paseo que separa dos paisajes. A mi derecha, el campus universitario, tan cuidado... Con su césped verde, bien cortado, sin apenas hojas secas, llano, sin obstáculos que te hagan difícil el camino. Es perfecto para sentarse a charlar o almorzar. De hecho, veo a varios grupos de estudiantes así, disfrutando de este otoño primaveral. Veo, además, un antiguo pozo que le da un matiz romántico al lugar. Como el de esas películas alemanas que echan los sábados por la tarde y que resultan irreales.

El otro lado creo que no pertenece a la Universidad de Navarra, porque la hierba está a corros, con zonas de color pajizo y secas, las ramas que se han soltado de sus troncos crujen bajo mis pies. Igual la hojarasca que cubre de forma intermitente los hierbajos. En general, es más frondoso y las plantas crecen con más desparpajo entre el terreno desnivelado. Hay más árboles y están más apretados. Si miras hacia arriba, es como si quisieran unir sus copas para atraparte bajo su sombra. No se trata de las majestuosas secuoyas del campus, son árboles más comunes, aunque no sé identificar su especie. Por allí, también corre un riachuelo y el paisaje es más rocoso, incluso hay una pequeña cueva escondida tras la melena de un sauce y las enredaderas, crecen a su antojo. 

Si tuviera que elegir, me quedo con el lado izquierdo del camino. El campus es muy bonito y confortable, pero menos auténtico, incluso su verde me parece más artificial y el canto de las aves que allí anidan, más ficticio.

El lado izquierdo está menos contaminado por la mirada ajena, es lo que es, sin más pretensión. Y su libertad rebosa un encanto especial. Lo reconozco, a pesar de que soy de las que abraza el suelo embarrado a cada dos pasos cuando voy de excursión a la montaña. Se me da fatal el senderismo entre naturaleza salvaje, pero ¡qué le voy a hacer! Acepto mi propio "lado izquierdo", mi imperfección -la torpeza es sólo una pequeña parte de ella- y le tengo cariño porque me hace reír, me reencuentra con mi niña interna, me habla de mi subconsciente y repasa mi historia a través de mis heridas (cicatrizadas o no).
Supongo que la vida, de vez en cuando, también nos pone en su lado izquierdo, menos cómodo y agradable. Pero gracias a él aprendemos, nos fortalecemos y podemos disfrutar de valles floridos, sintiéndonos orgullos@s de haber sobrevivido a las condiciones adversas y siendo más capaces para enfrentarnos a ellas otra vez.

martes, 16 de agosto de 2016

Simplicidades

"Tengo el deseo de realizar una tarea importante en la vida. 
Pero mi deber está en realizar cosas humildes como si fueran grandes y nobles."
 - Helen Keller -

          El mundo está muy mal. Lo que lo salva es el
 tipo de personas que elegimos ser.
Hacía tiempo que no me sentía así: tan bien. Es un sentimiento ensanchante llamado agradecimiento. Un agradecimiento de verdad, no de esos que das desde la cabeza y por educación, sino de ése que lo escuchas palpitar en el corazón.

Desde que terminé la carrera hay una pregunta que siempre me ronda esté donde esté y haga lo que haga: “¿Qué estoy haciendo yo aquí?” No es que haya encontrado mi lugar en el mundo, si no que durante estos días, la posible respuesta tenía un color más optimista. No es que haya hecho gran cosa y creo que es precisamente por eso, porque lo más real de la vida está en los pequeños detalles cotidianos, en vivir con simplicidad, lejos de la superficialidad y el éxito.

Este verano, durante mi semana de vacaciones me fui a Barcelona con las Hermanitas de l@s Pobres, una congregación religiosa que cuida de las personas mayores con las pensiones más bajas, siguiendo los pasos de Juana Jugan, una mujer extraordinaria a la que se puede reconocer en muchas de las hermanitas actuales.

En una preciosa residencia entre la Plaza Tetuán y la calle Caspe, conviven un centenar de abuel@s con una docena de monjas (más emplead@s y voluntari@s) en un ambiente de familia difícil de encontrar en cualquier otro asilo.

Me ha encantado ser testigo presencial de la sencillez que se vive entre esas cuatro paredes. Cuando veo las noticias, a menudo la humanidad me desilusiona y me asquea, pero esta experiencia me ayuda a comprender que la esperanza se cuece a fuego lento y mientras existan personas buenas, capaces de iluminar la noche del mundo y curar sus heridas, puedo permitirme ser positiva y tener fe en la gente.

Esto fue lo que escribí en esos días:
**

Me gustan los detalles simples. Me gusta ser consciente para exigirme seguir viéndolos, aun cuando desearía y pediría más.

Me gusta el trato amable y las sonrisas rutinarias. La sonrisa de una anciana que no habla, los chistes malos de otra, las correcciones de una abuela válida y los pequeños detalles de tod@s.

Me gusta ver pasar a las hermanitas, siempre con prisa, siempre currando... incluso de mayores, superando los 70. Me gusta cómo cuidan a l@s residentes para que no les falte de nada, para que estén content@s. Admiro la suavidad y la ternura inimitable con la que despiertan y preparan a l@s enferm@s cada mañana, sin permitir que una rutina de años reste un ápice de dulzura. 

Me gusta cómo la hermanita de la enfermería está pendiente de todo, como una mamá, y que le salga de un modo tan natural, conservando la sonrisa intacta. Me gusta ver su hábito blanco en la capilla, escucharles cantar las oraciones, que controlen los protocolos litúrgicos como algo normal en su día a día; que me saluden por la galería y que la hermanita del comedor se esmere tanto para que todo el mundo disfrute de la comida.

Me gusta su gratuidad, que te ofrezcan todo lo que son y tienen sin pedirte nada a cambio, que te acojan como si fuera tu propia casa, su confianza en la Providencia por medio de san José, que siempre tiene una notita con peticiones, un cartón de leche o un bote de café.

Me admira ver cómo se esfuerzan, su capacidad de entrega, de vencerse a sí mismas, de no cansarse nunca a pesar de tanto trabajo, del calor... que yo al tercer día ya estaba para el arrastre. Me gusta ver envejecer a las hermanitas, que sean parte de mi historia... aunque también me entristece.

Me gusta ver a la madre superiora de la casa, a la que quiero de una manera sobrenatural, como siempre que se quiere de verdad a alguien. Me gusta reconocerla por el filo del velo tras las esquinas, intuir su don para la bilocación. Me gusta ver como trata a l@s abues, con qué paciencia y su talento malagueño para hacerles reír. Me gusta sentarme a su lado en el recreo, escuchar sus carcajadas, hablar con otras hermanitas sin tomarse en serio nada que no merezca la pena. Me gusta disfrutar de su mera presencia, aunque no tengamos tiempo para charlar. Me gusta la inocencia de su corazón de niña. Me gusta porque vive lo que cree con intensidad, pero desde esa humildad de quien sabe que imponer sólo aleja a las personas de la verdad que todas llevamos grabada a fuego dentro. Me gusta que la esperanza sea su filosofía de vida. Trasmite una alegría inagotable, una energía arrolladora, una paz profunda. Creo que Jesús de Nazaret, con otra cultura y en otra época, sería muy parecido.

Sin duda lo mejor de estos días han sido l@s abues, de l@s que me enamoré completamente y eso que ganarse a l@s ancian@s catalanes no es nada fácil. Me encanta sonreírles, aun más, me encanta no poder reprimir la sonrisa cuando l@s veo desde lejos.

Me gusta que en la capilla siempre haya algún ancian@ sea la hora que sea, para que el Señor siempre esté acompañado por almas grandes, que le hablan desde lo profundo de su ser, con una transparencia y sinceridad que me desborda. Me gusta escuchar sus cuchicheos que oye todo el mundo porque la sordera les hace hablar con un par de decibelios de más. Me gusta rezar con ell@s, compartir banco con ell@s.

Me gusta darles de comer y chinchar a las abues que peor carácter tienen. Hablar con abues enfermas, aunque no me contesten o si lo hacen, suelten un montón de incoherencias. Me gusta su (dis)capacidad para olvidar y no guardar rencor y su ceguera ante los errores ajenos. Que sólo sepan ver las virtudes de las personas.

Me gusta estar con las empleadas, conocerlas y quererlas, porque también son personas heridas.

Me gusta servir y recoger las mesas del comedor de l@s válid@s y entre ir y venir, charlar... Me gusta recorrer la vieja Barcelona a través de sus ojos, una ciudad mágica a través de sus historias. Me gusta pasear con ell@s por una Barcelona majestuosa, caótica, cosmopolita. Me gusta conocer sus aficiones, sus mejores recuerdos y sus cartas de amor. Me gustan es@s abues que son de otras partes del planeta y tienen ese hablar suave y esas expresiones tan divertidas. Me gusta visitarles en sus habitaciones y que me cuenten cosas de épocas pasadas. Me gustan que se sientan escuchad@s y acompañad@s.
Hay que estar siempre de buen humor. A nuestr@s ancian@s no les gustan las caras tristes
(Sta Juana Jugan)
Me gusta que algunas abuelas no puedan parar quietas y estén en todas las salsas de la casa, que tengan unas ganas de vivir tan enormes y que l@s que ven un poquito más de cerca a la hermana muerte, no le tengan miedo, que hablen de ella sin tabúes, porque tienen conciencia de eternidad y de que su vida acaba de empezar. Me gusta que haya abuelas con ideas súper modernas sobre temas controvertidos y que no sean sumisas ni resignadas. Me gusta su disponibilidad. Me gusta que me hablen en catalán para, al rato, decirles que no me he empanao de nada, pero que no pasa “res”.

Me gusta la sobriedad que hay en todo, en toda la casa, en la decoración, en el ambiente. Que l@s abues quieran a las monjitas y que se lo digan, que se preocupen y pregunten por ellas. Me gusta palpar el cariño mutuo. Me gusta tocar a Jesús herido en realidades concretas como estas, poder vivir la religión en contacto con las personas y no desde aspectos etéreos o abstractos. 

Me gusta ver esas hermanitas que son como una abuela más: tan dulces, arrugadas y desmemoriadas que entran ganas de abrazarlas y apretujarlas. Me gusta acompañar a un anciano sacerdote, que me dé la manica y me vacile de una forma que alucino. Me gustan las despedidas que te dejan buenas sensaciones, en las que se note que los momentos compartidos han marcado. Y es que l@s abues son especialistas en hacer emocionante el adiós.

Y en medio de tanta perfección, me encanta que se cometan errores... no sé, igual es porque me siento terriblemente identificada con la torpeza, pero me provoca ternura que la gente se equivoque de repente.

Me gusta ver una ciudad llena de vida tras las rejas de mi ventana y sentir el aire fresco del ventilador cuando, tumbada sobre la cama, me da en los pies. Me gusta la claridad que entra por las vidrieras de la capilla al mediodía y oír los sonidos de la calle, como un lejano ronroneo permanente. 

Me gusta pasear a solas por la ciudad, perderme en sus calles y reencontrarme sin querer. Me gusta mezclarme con guiris y los grupos de chin@s abarrotando las aceras. Me gusta la arquitectura gaudiana. Me gusta los espectáculos callejeros de las Ramblas y la música que recorre los callejones del barrio gótico. Me gusta sentarme en el paseo marítimo, cerrar los ojos y que esa brisa que huele a mar me roce la cara. Me gusta la gente tan diversa que va a su bola por el Raval. Me gustan las empinadas cuestas de Pedralbes y sus lujosos caserones... y allá en lo alto: el Tibidabo, con ese Cristo que abraza una ciudad que contiene el mundo entero.


"La vida dura un instante, pero basta este instante para emprender cosas eternas" (E. Bersot)
“Nunca olvides los beneficios recibidos, olvida pronto los que hiciste” (Publio Siro) 

viernes, 15 de julio de 2016

Sanfermines

🔻"En esta hermosa Navarra,
tierra ideal donde nací.
En donde tengo mis amores,
donde siempre dichosa yo viví.

Hay una perla guardada,
con la que sueña mi ilusión.
Esta es Pamplona mi adorada,
a la que siempre quise con todo el corazón.

Pamplona,
Tú eres la perla del norte.
Un rinconcito de España,
donde se vive feliz.

Pamplona,
Dentro del alma te llevo.
Y aunque esté lejos, muy lejos,
nunca me olvido de ti."🔻

Pamplona, perla del norte

"Érase una vez, el sortilegio de una ciudad transmutada en capital de la alegría y la fiesta..."

Este año, más que nunca, me da pena que se hayan terminado las fiestas de San Fermín. He salido mañana, tarde y noche; he disfrutado de la calle, de lo tradicional, de la música, de la gente. Los sanfermines son fiestas tan especiales porque te invitan a vivir la calle por nueve días rodeada de ese ambiente sanferminero que no se puede describir y sólo lo entiende quien lo experimenta.

Y es que San Fermín es muchísimo más que toros, abusos (o agresiones) sexuales y personas ebrias con camisetas rosas, apestando a sangría. Porque, desgraciadamente, la tauromaquia existe en muchos lugares de España y del extranjero, el machismo y sus consecuencias es una ideología generalizada a nivel mundial y beber alcohol de manera descontrolada es una práctica de cualquier sábado noche para una parte de la juventud de los quince en adelante.

San Fermín es mucho más que la concentrada pestilencia a orín, la basura que se acumula al lado de contenedores vacíos y l@s frances@s pesad@s que se dedican a empujar en el “Pobre de mí”. Porque si las personas cochinas, maleducadas y descerebradas volaran, no se vería el sol. Aquí y en la China mandarina.

No. No se trata de demonizar (aunque algun@s lo pretendan) ni de idealizar las que son, sin duda, las mejores fiestas del mundo.

Lo que te llena de verdad son los sanfermines de día, porque de noche es similar a cualquier verbena, pero con la población multiplicada. Hay que saber rodearse y buscar las actividades que marcan la diferencia.

San Fermín es, principalmente, el santo morenico, -tan guapo él- y su procesión del 7 de julio. Es visitarlo en su capilla, en la iglesia de San Lorenzo, para pedirle que nos eche un capotico a l@s navarr@s y a tod@s aquell@s que así se sienten cuando Pamplona les acoge.

San Fermín es la comparsa de gigantes y cabezudos. El rey y la reina europe@s, l@s asiátic@s, american@s y l@s african@s, símbolos de la multiculturalidad que a l@s pamplonicas nos gusta tanto. ¡Qué nadie me diga que ver danzar a l@s gigantes es cosa de crí@s! ¡Es tan bonito! ¿Mi favorito? Selim–pia Elcalzao, el sultán árabe ¡con sus chupetes atados al cinto!

San Fermín es el entrañable Caravinagre con el resto de kilikis pegando vergazos a niñ@s y mayores, los zaldikos a caballo y la banda de música que les sigue. San Fermín son l@s más peques con sus familias abarrotando las aceras, acompañando a la comparsa y los deseos de much@s por volver a la infancia.

San Fermín es el txupinazo, el "riau-riau", la ropa blanca preparada desde el día anterior que se convertirá en una segunda piel durante las fiestas, el pañuelico rojo, -que siempre llevo conmigo cada vez que viajo, como distintivo honorífico de mi tierra- y la faja que nos recuerdan el martirio del santo al que veneramos. San Fermín es una marea blanca y roja, un grito por la igualdad a pesar de las particularidades individuales y en la diversidad.

San Fermín es madrugar, trasnochar y olvidar la siesta. San Fermín son los almuerzos en cuadrilla y los churros -únicos en el mundo- de la Mañueta. Son los globos de helio, la noria y las multitudes. Es soportar sin volver a casa, el calor y las tormentas. Son las joticas de las 12h en Paseo Sarasate con las que se te pone el vello de punta, (¿quién decide que son para la tercera edad?). Son los conciertos de txistularis y de las bandas locales por el Casco Viejo. Son las peñas, sus txarangas y sus pancartas controvertidas. Los conciertos de la Pegatina. Es la música bailable de Antoniutti y Plaza de la Cruz. Es perder la vergüenza y cantar, gritar y bailar sin que nadie te mire como si estuvieras loca (y si te miran así, poco importa). Es la tómbola de Cáritas y mi ilusión porque me toque un robot de cocina que nunca llega. Son las barracas y el olor a fritanga. Son las cenas antes, durante o después de los fuegos de las 23h en la Vuelta del Castillo y con buena compañía. Es el “Pobre de mí” esperanzador en la Plaza Consistorial y aledaños con sus cientos de velas y miles de pañuelicos de nuevo en alto, despidiendo las fiestas. Es volver a quedar con amistades que no veías desde hacía un siglo. Es ese sentimiento de pertenencia, de orgullo, de apertura que inunda y colorea los corazones del mismo rojo del pañuelo.

sábado, 9 de abril de 2016

Hija amada, por vocación

* Semana Santa Franciscana en Madrid'16.

- Te dije que lo que Tú quisieras, pero no era de verdad. Y no quiero “culparte” ni enfadarme por no haber cumplido MI voluntad. Pero no puedo evitar sentir tristeza. Estás tan claro y evidente en las personas sin hogar, Dios Mendigo... Estaba tan segura de que me traías aquí, de la mano de Francisco, para estar con ell@s y así estar contigo. Me hacía tantísima ilusión, que no puedo evitar sentir rechazo por un voluntariado en un centro para hombres con discapacidad. Tú lo sabías, ¿por qué me haces esto?

- Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde (Jn. 13, 7). ¿No me ves aquí, en estos hermanos tuyos que tienen la inocencia de unos niños y una ternura que me refleja? ¿No me ves crucificado y mendicante en ellos que también son excluidos y abandonados, quizás mucho más dependientes que aquellas personas que sufren la calle? ¿No encuentras una gran pobreza en carecer de salud? Haz el bien sin esperar nada a cambio (…) y serás hija de Dios (Lc. 6, 27 – 58).


Este fue mi primer diálogo con Jesús durante esta Pascua Franciscana. Y como siempre, Él tenía razón. Aunque al principio, anteponía las cosquillas en el corazón a la llamada a ser hija y heredera de un Dios Mendigo. Que precisamente es mendigo porque se da por completo, sin pedir nada a cambio, pero esperándolo todo. Él me puso a prueba y, por pura Gracia, elegí seguirle como Padre: desde una entrega incondicional en lo pequeño. Sin embargo, Él no se deja ganar en generosidad. ¡Gracias Señor! ¡Tuya es la gloria!

Pronto comprendí que nada podía hacer por aquellos hombres tan especiales, únicamente compartir mi cariño. Por el contrario, ellos nos acogieron, nos regalaron sus sonrisas, sus divertidos gestos y cantos, aceptaron que los acompañásemos a pasear y que les ayudásemos a comer. Su abrazo me tocó en lo más hondo. Si Misericordia es poner el corazón en la miseria de la otra persona, ellos fueron infinitamente misericordiosos conmigo. ¿Discapacidad? Su gran capacidad para confiarse en manos de desconocid@s, su gran capacidad para la alegría y sobre todo, para la ternura me desbordó totalmente. Y en el fondo de su mirada, se podía ver un alma prisionera de un cuerpo enfermo. El alma de un hijo muy amado. Mi hermano.

Entre los diversos rostros del Señor que trabajamos durante la Pascua, me quedo con éste: el rostro de la ternura del Padre. 
"Y al separarme de ell@s, lo que me había parecido amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo" (Test 1-3) - Francisco de Asís

lunes, 21 de marzo de 2016

El superpoder de cuidar

Lo opuesto a una cultura masculina de la violación 
es una cultura masculina afectiva: hombres aumentando 
su capacidad de dar cuidados (Nora Samaran)
Amar es cuidar. Hace tiempo que vengo dándole vueltas a este tema y al por qué a los hombres les afecta tanto en su masculinidad que se les pida que cuiden, ¿es que no aman? ¿Es que l@s hij@s no son también suy@s? ¿O sus madres/padres? ¿O la casa que siempre quieren ver limpia? ¿O sus camisas y calzoncillos? (Por supuesto, no hablo de aquellos que se deconstruyen, que cuestionan sus prejuicios y que no ayudan a sus parejas sino que hacen la mitad del trabajo doméstico, según les corresponde).

Una amiga tiene la teoría de que no es machismo sino desidia y el patriarcado sólo les reafirma para que no se sientan culpables por mantener unos privilegios ilógicos, mientras que con las mujeres hace todo lo contrario. Porque cuidar cuesta. Cuesta tiempo y cuesta esfuerzo. Pero lo que más cuesta es la obligación del cuidado a cambio de nada, gratis, a cambio de descuidarte, en nombre de un amor desinteresado, ilimitadamente generoso. ¿Por qué no se habla del síndrome de la cuidadora quemada que padecen tantas amas de casa? Hombres y mujeres deberíamos repartirnos las tareas, por justicia, por plenitud individual y porque así tendríamos más tiempo para el autocuidado, para las relaciones sociales, para las aficiones, en resumen, para disfrutar la vida. 

No podemos seguir plegadas a las necesidades, expectativas y deseos de los demás, para que nos quieran. No te dejes convencer por la imposición de "sufrir por amor". No valen los razonamientos estúpidos, ésos de "ellos no lo hacen tan bien, no saben", "friego los platos y hago como que no me doy cuenta de que la chapa está sucia, ya la limpiará ella...", "si por naturaleza, dais de mamar, también tenéis que cocinar" (No, no me lo invento. Lo he oído), "el instinto maternal...", "las mujeres caéis más en los detalles". No. Dímelo a mí que soy la persona más despistada sobre el planeta Tierra y ésto no me resta feminidad. Y tampoco sé cocinar, por cierto. Y no pienso planchar en mi vida. 
El cuidado debe ser libre, un espacio de igualdad, sin dominación ni subordinación.

Reivindicar el valor de cuidar
Una vez aclarado este aspecto, creo que el mayor superpoder que existe en el mundo es el de cuidar. Cuidar es amor en acción, en lo concreto. La política no soluciona problemas, no sólo de idealismos vive la persona y el dinero no lo puede todo. Cuando cuidamos entramos en el mundo de la otra persona, compartimos su intimidad y entonces, se inicia un mecanismo mágico que nos ensancha el corazón y nos conecta con la humanidad, con lo importante, con el sentido de la existencia. Cuidar nos ayuda a percibir nuestra debilidad, nuestra necesidad de comunidad, de no estar sol@s. Cuidar nos enseña verdades como puños como que no hay mayor regalo que la persona que tengo enfrente y que me acepta, dándome la posibilidad de acceder a su universo. Cuidar es proteger, velar, defender la dignidad de la gente, su derecho al bienestar, a la calidad de vida.

Tenemos el ejemplo de nuestras madres. No hay nada como una madre, una heroína disfrazada. Aunque casi nunca se les reconoce su labor. Sin embargo, la maternidad no implica ser una superwoman que sacrifica todo por la familia. Imponer ese modelo de madre a las mujeres también es violencia. 


El feminismo ha luchado por conseguir que las mujeres tengamos los mismos derechos que los hombres, algo que es de agradecer, de agradecer un montón; pero últimamente también creo que intentamos imitar a los hombres en todo, hasta en lo que hacen mal, hasta en dejar de cuidar. Deberíamos promover que ellos nos imiten a nosotras: en estar disponibles, en ser constantes y responsables, emocionales, menos rudos, no violentos, en ser menos competitivos y más cooperantes, en no cosificar al sexo opuesto y ser más tiernos, y por supuesto, en los cuidados... porque nos estamos perdiendo un modo diferente de hacerlo, su visión, su estilo.
Deberíamos revalorizar el cuidado. En casa y fuera de ella. Reivindicando -siempre que las capacidades de las otras personas lo permitan- reciprocidad e igualdad de condiciones. Y alejándonos -quizás sólo periódicamente- de aquellas personas o situaciones que terminan por quemarnos. Aprendiendo a decir no. Aprendiendo a no negarnos el sí del autocuidado.


Antoine apuró la taza de café antes de levantarse a echar medio leño al fuego. Luego declaró: 
- El amor verdadero es esto. 
- ¿Qué quiere decir? 
- El amor es echar siempre un tronco al fuego. Solo así se mantiene encendida la llama. Suena obvio, pero demasiada gente lo olvida. Por eso se llevan mal tantas parejas. Si quieres amar de verdad, recuerda esto, chico: aunque estés cansado, tendrás que ir a buscar un leño para alimentar el fuego. Si no lo haces, por la mañana sólo encontrarás las cenizas de lo que había sido tu amor.

Sí, quizás el amor más que un sentir es un cuidar de manera constante, un corresponder, un delicado juego de equilibrios que implica consciencia para valorar lo que recibimos del otro y también lo que el otro es, y que la otra parte sienta y reconozca esa correspondencia. Cada día uno debe poner su leño en el hogar. Así, desde ese reconocimiento mutuo surgen el equilibrio, el respeto, la admiración, la gratitud; la llama se mantiene viva y regalando calor. 

Amar, sin duda, es no solo querer lo mejor para el otro, sino también contribuir a que eso suceda. Y eso no es solo aplicable al universo de nuestras parejas, también de nuestras amistades, también de las personas a las que apreciamos en el ejercicio de nuestro trabajo.

La falta de consciencia, la pereza y la inercia son malas compañías en este proceso. Llevan a no poner ese tronco en el hogar y, necesariamente, la llama del afecto se va apagando hasta desaparecer. (Fragmento de "Un corazón lleno de estrellas")

No hay amores eternos, hay amores bien cuidados.
El amor, para que sea auténtico, debe costarnos (Madre Teresa).
Nunca imaginaríamos una historia de amor sin intimidad, pero no estamos casi nunca a solas con nuestro propio deseo.

martes, 2 de febrero de 2016

La rebelión de los maniquíes desnudos

"Cuenta la leyenda, que hubo una vez
una manada de maniquíes que se opuso
a que los convirtieran en meras perchas de ropa y etiquetas..."

Hace tiempo que quería escribir sobre las etiquetas. Pero sin el deseo de criticar a nadie (aunque sí algo), porque supongo que muchas veces -y la mayoría de ellas inconscientemente- también yo intento cumplir con mi etiqueta, me aferro a ella para no ser contradictoria y no salir de mi zona de confort.
Me han llamado conservadora y revolucionaria, feminazi y provida, hipster y descuidada, hippie y capitalista. Para mi profe de ciencias naturales era la chica del 4'75. Mucha gente me tiene por una persona tímida y en otros ambientes, en cambio, soy la payasa. No me identifica ninguna de esas clasificaciones. No totalmente. Al menos, en esta etapa de mi vida.

También la publicidad, la sociedad, la familia nos impone ciertos roles que “debemos” asumir. Las mujeres “debemos” resaltar por encima de todo la belleza física y el servicio incondicional (si no, nos convertimos en feas, gordas y malas). Los hombres “deben” ser atléticos, fuertes, sin demostraciones de ternura (y menos con el mismo sexo) ni de debilidad. 

Por no hablar de cómo las mayorías etiquetan de forma negativa ciertos comportamientos de minorías, sólo porque no son los habituales para la cultura predominante. Según la teoría de la reacción social, intentamos cumplir con las etiquetas que nos ponen, por tanto, si tildamos a alguien de delincuente, esa persona lo va a ser (explicado a grosso modo). Y esto verifica que los conflictos sociales son una cuestión comunitaria y no sólo de individuos concretos. Pero ese es otro tema del que no escribiré hoy.

La verdad, sólo quiero ser yo, con mis defectos y mis dones, pero yo al fin y al cabo. Siempre en esa búsqueda incansable de la verdad y con ella, la justicia. Con ideas de diferentes colores, pero que soy capaz de razonar por mí misma, aunque eso conlleve no pertenecer a ningún grupo o a varios, pero no del todo. 

No quiero preocuparme por mi forma de vestir, por cómo llevo el pelo ni por mis gustos musicales; no quiero sentir culpa por ser quien soy, aunque tenga ilusiones estúpidas, sueños imposibles, comportamientos tradicionalmente masculinos y en muchas ocasiones me sienta a medio camino entre dos polos opuestos. Y lo que es más importante, no quiero controlar cada palabra que salga de mi boca, dependiendo de quien esté presente; ni poner trabas a mis pensamientos porque no se ajustan a la imagen que me gustaría tener de mí misma y dar a l@s demás. No voy a esconderme tras un muro. 

De hecho, el problema no es mío, sino de la mirada ajena que espera estereotiparme. Y en esa mirada estamos todas las personas, no importa la ideología. Todas demostramos nuestra intolerancia, nuestra hipocresía. Ya lo decía la gran Chavela “a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ése es el precio que tienes que pagar: la soledad.
El único pecado que no se perdona en España es el de no tomar bando y resistirse a unirse a un rebaño u otro.
El que tiene mucho apego a un rebaño es que tiene algo de borrego (C.R.Zafón)
Necesitamos encasillar a la gente para que no nos sorprendan y hagan cosas que no hemos previsto. Pretendemos colonizar las mentes porque todo el mundo cree que su postura es la mejor. Queremos imitar a personas que parecen más felices, pero todo el mundo sufre rupturas y dificultades, la incomprensión, el miedo... aunque haya quien prefiera mostrar sólo la cara amable de su rutina.

Me molesta que no se respeten las ideas, opiniones y sensaciones de otras personas, simplemente porque son totalmente opuestas a las propias, no están de moda o cualquier otra razón. Insultarlas es insultar a quienes las defienden. Me da rabia que haya una ideología de primera a la que está prohibido criticar y otra ideología de segunda, de la que todo quisqui puede burlarse y además ser aplaudid@. Que pensar diferente nunca nos aleje de nadie, porque querer y tolerar a quien nos cae mal es igual a promover el buen trato que todo ser humano sin excepción merece.

"La mayoría de las personas crean su identidad personal en función de su identidad social. La autenticidad implica cambiar esta mentalidad"

Hay que ignorar la dictadura del etiquetado. Ser lo que somos, un desastre casi siempre, pero ¿a quién le importa? Si nos quieren, que sea por mostrarnos sin ataduras. El cariño se regala, no es algo que tengamos que comprar a cambio de nosotr@s mism@s.

El logro del patito feo no fue convertirse en cisne, fue abrir los ojos y la mente y decir: “cáspita, soy un cisne”. Manda a paseo todo lo que él creía saber sobre sí mismo y empieza una nueva vida, sin dejar que nadie le dijera quién es o qué podía esperar de la vida.

Patitos feos del mundo, romped ese nefasto espejo imaginario de una vez, extended esas hermosas alas de cisne, lanzáos al futuro con raudo vuelo de águila. (Jesús Mª Iriarte, psicólogo).


Afortunadamente, el alma de cada persona es mucho más profunda, es eterna.
Hay almas que uno tiene ganas de asomarse a ellas, como una ventana llena de sol (Lorca)

domingo, 3 de enero de 2016

Miedos

Me da miedo que llegue el día en que me mire al espejo y no me reconozca. O peor aún, que me reconozca y descubra que soy como nunca quise ser. Como Dorian Gray, siendo en apariencia como la sociedad quiere, pensando y sintiendo como una autómata más, pero con el interior podrido, vacío. Ebria de egocentrismo e individualismo. La moda de las masas.

Me da miedo haberme perdido en ideologías, política; entre lógicas y razonamientos; olvidando lo esencial. Me da miedo embarcarme en mil aventuras con la pretensión de no encerrarme, de vivir, de salir del cascarón, para darme cuenta demasiado tarde que mi vida estaba entre quienes lo dieron todo por mí, en los momentos sencillos, en la simple alegría de compartir. Me da miedo el amor materno/paterno. Me da miedo apegarme. Me da miedo el egoísmo que me cubre de indiferencia, de argumentos para justificarme. Me da miedo acostumbrarme a la injusticia y a esa horrible distinción entre ricos y pobres. Me da miedo que la soberbia haya convertido mi corazón en piedra para siempre. Me da miedo que mis deseos sean, en un futuro, cadenas. Me da miedo soñar sueños fáciles que me inducen a una vida mediocre. Me da miedo no estar preparada para las grandes utopías.

Me da miedo la incoherencia entre mis creencias y mis actos. Me da miedo ser consciente. Me da miedo no poder engañarte al respecto. Me da miedo ser insensible a los problemas ajenos. Me dan miedo las lágrimas de cocodrilo y desaprender el llanto. Me dan miedo los abrazos no sinceros porque duelen. Me dan miedo las palabras pronunciadas sin que pasen el filtro del corazón. Me da miedo las ataduras, pero me siento segura en su regazo. Me da miedo la inestabilidad, no ser capaz de desvestirme de este disfraz.

Me da miedo esa rabia que consume, el acomodamiento que aplatana, la sonrisa que se pierde entre las comisuras sin que nadie la reciba. Me da miedo no estar atenta y no caer en los detalles. Me da miedo el chantaje emocional y que “me coman el tarro”. Me da miedo la frivolidad, la crueldad, la agresividad diplomática. Me da miedo mi incapacidad para amar mejor e incondicionalmente. Me da miedo no saber o no poder hacer lo que debería. Me da miedo que me venza el desánimo, perder la esperanza, dejar de intentarlo. Me da miedo la mala memoria. Me da miedo quedar varada en el pasado, no recuperar partes de mí que se me olvidaron por el camino y me aterra pensar que no me reencontraré con las personas que lo hicieron posible. 

Me da miedo el país de Nunca Jamás y las despedidas; el "para siempre", la esclavitud a algo... o a alguien, que me mutilen las alas -o las ganas de volar-. A veces, me da miedo no ser recordada por gente que es parte de mí. Me da miedo no mostrarme quien soy a mí misma. Me da miedo no encontrarme, no encajar nunca en ningún sitio, no formar parte de nada, estar sola rodeada de incomprensión. Me da miedo el tiempo, que pasa, no se detiene, no retrocede y nunca vuelve.

Me da miedo no saber qué es verdad y qué no lo es. Me da miedo sentir miedo, no ser invencible, estar bloqueada, que la confusión me aprisione. Me da miedo acostarme cada noche preguntándome por qué hay personas maravillosas tan lejos de mí.

Pero, sobre todo, temo que el agujero negro me engulla y ahogarme en el fuel, sin estrellas, sin colores, sin arena donde merezca la pena dejar huella.

"Apenas lo admito yo misma. Y no es otro que el miedo que me da ser libre, aunque a menudo deseo serlo. Tengo miedo de lo que pueda pasarme, de qué será de mí cuando 'baba'* no esté. He vivido toda mi vida como un pez de acuario, bien protegida en mi gigantesca pecera, tras una barrera tan impenetrable como transparente. He tenido la libertad de observar el reluciente mundo del otro lado, de imaginarme en él si quería. Pero siempre he estado reprimida, costreñida por los duros e inflexibles límites de la existencia que me ha construido 'baba', conscientemente al principio, cuando yo era joven, y con absoluta inocencia ahora que se deteriora día a día. Creo que me he acostumbrado a estar detrás del cristal, y me asusta pensar que, cuando se rompa, me veré arrojada al vasto territorio de lo desconocido aleteando indefensa, perdida y sin aliento, boqueando." (Y las montañas hablaron, Khaled Hosseini) * Papá.