martes, 19 de mayo de 2020

No sé quién soy

"Todos nosotros, entre ruinas, preparamos un renacer" 
- Albert Camus -

Desgranaban las primeras luces del alba, cuando escuchó a su madre levantarse y poner agua a hervir para su primer té matutino. Podía tomarse cuatro o cinco infusiones al día. En cambio a Leire, le parecía la bebida más insípida y aburrida sobre la faz de la tierra. Su madre nunca desayunaba más que eso, pero le obligaba a ella a comer algo consistente: un trozo de pan con mermelada que a duras penas era capaz de terminar y un vaso de leche. Había adelgazado mucho en los últimos dos meses y a veces no encontraba la energía ni las ganas suficientes para levantarse y dar inicio a la jornada.

El soplo de claridad que se filtró por la ventana cuando descorrió la cortina, deslumbró sus ojos aletargados. Un diluvio en polvo había cubierto la calzada de una alfombra blanca. Se asomó a la calle, solitaria a esas horas de la madrugada, y sintió que el frío le quemaba las heridas de los antebrazos. Una silueta oscura enfundada en una gabardina la observaba desde una esquina. El humo de su cigarrillo tejía telarañas en la bruma. Gritó de impotencia y desazón, pero cuando su madre corrió a abrazarla, el hombre ya no estaba y una estela de vapor venenoso se perdía en la niebla, como si nunca hubiera existido.

Aquel invierno de sus dieciséis años comenzó a trabajar limpiando portales. No había querido continuar con los estudios después de lo acontecido y su familia no iba a permitir que se refugiara en casa para siempre. Notaba que sus hermanos la estudiaban preocupados, como si esperasen que en cualquier momento, fuera a hacer alguna estupidez. Y no les culpaba. Ni ella misma sabía que le pasaba en ocasiones. Como aquel día en clase.

Había discutido con la profesora de Química y ésta le había expulsado del aula. Ella había sentido que le faltaba el aire de pura rabia y frustración y había decidido asomarse a la ventana del pasillo. Lo siguiente que recordaba era en flashes: sirenas de la ambulancia, el camión de los bomberos, chillos... y a ella, de pie en el alfeizar, a menos de un paso del vacío.
"La mémoire" de René Magritte
A las nueve de la mañana, cuando finalizaba su horario de trabajo, acudía al hospital de día infanto-juvenil. Desde luego, había chavales que estaban mucho peor que ella. A quien no le daban espasmos, se acurrucaba en un rincón y no hablaba con nadie. También había gente más normal y se lo pasaban bien entre actividad y actividad. Ese día, le habían propuesto ayudar a pintar una sala del segundo piso. Le gustaba el dibujo y la pintura. Además, era buena.

Naroa, la trabajadora social del centro, le daba conversación a su lado. A ella le había contado prácticamente todo. El único problema era que no diferenciaba lo real de lo que su mente recreaba como un espejismo. Sentía que se hundía en las profundidades de un pozo sin fondo, absorbida por sombras espectrales que la envolvían entre tinieblas y voces que no reconocía.

Todo había comenzado dos años atrás como un juego. Lo conoció una mañana de primavera. Una de las primeras de calor. El sol parecía burlarse de ella, viéndola marchar tan temprano para soportar interminables clases de asignaturas inútiles. Los árboles habían explosionado en flor e invitaban a la alegría. 

Antes de llegar al moderno edificio del instituto cuyo interior albergaba aburridas aulas repletas de pupitres, largos pasillos y profesores amargados, dispuestos a complicarle la existencia; había quedado con un par de amigas para compartir un porro que le hiciese más amena la mañana. Eva y Lola no eran compañeras del centro escolar, sino más mayores. Les presentaron en fiestas del barrio. Con ellas, había probado el cannabis y había sentido la adrenalina de robar en el Corte Inglés sin que les pillaran.

- Hemos quedado con nuestros sugar daddy. Les va a acompañar un amigo. ¿Te unes? 

Leire no tenía ni idea de qué era eso, pero cuando se lo explicaron, pensó que bien merecía la pena perderse un día de clase si, a cambio, no tenía que volver a estudiar el resto de su vida.

Según le explicó Eva, los "sugar daddy" son hombres mayores que buscan chicas guapas y jóvenes para que les hagan compañía, a las que pagan y compran caprichos en un trueque que cubría necesidades de ambos lados. "No tienes que hacer nada que no quieras. Dinero fácil y rápido", le aseguró Lola. "Sería una pena que no aprovecharas tu potencial" añadió, como si no sacar beneficio de su cuerpo y de su juventud fuera un desperdicio, un pecado capital.

Él era más joven y más atractivo que los otros dos señores que esperaban a sus compañeras. No tendría más de treinta y cinco años, así que -se dijo- la diferencia de edad no resultaba tan insalvable. Era súmamente agradable y considerado. En su primera cita, le regaló un Iphone, además del vestido que le había comprado para la ocasión. Con el dinero que ganaba, podía consumir más a menudo y el cannabis le ayudaba a olvidar los problemas que empezaban a surgir en casa: que si faltaba a clases, no aprobaba los exámenes, no llegaba a la hora establecida los fines de semana, broncas con sus hermanos, que de dónde había sacado la ropa nueva... y mentira va, mentira viene... Fueron meses de desatino sin conciencia, en los que, con la fe inmadura de quien no le ha visto todavía nunca las fauces al lobo, cree que el mundo está en sus manos y que se lo puede comer entero sin sufrir una indigestión. 


Hasta que le pillaron en un trapicheo y sus padres se convencieron de que el dinero extra procedía de ahí. Para evitar pagar la multa, trabajó de monitora para unos críos sin familia, y lo disfrutó. Los niños la admiraban, le daban un cariño desproporcionado y le permitieron ser Leire a secas, sin apellidos ni etiquetas, auténtica, sin caretas. Coincidió que fue una época en la que su sugar daddy se encontraba de viaje, ella consumía menos y se notaba de mejor humor, así que la situación mejoró. Pero por poco tiempo.

Comenzó a tener lagunas de memoria y las imágenes en su cabeza aparecían confusas, como bañadas por una neblina permanente, ésa que inunda las pesadillas y que provoca que despertemos con la sensación de que los fantasmas han amanecido con nosotras. 

Dejó de comer por miedo a engordar y ya no ser la chica físicamente perfecta. No se reconocía en el espejo y, a veces, escuchaba la voz de un eco cavernoso y lejano, que le susurraba palabras embrujadas de insidia y virulencia. Había tenido varios intentos autolíticos, causando un gran sufrimiento a las personas que más le querían y se preocupaban por su bienestar, y ella ni siquiera sabía explicar por qué. Asistió a citas con psicólogos y psiquiatras, prometió reducir el consumo de marihuana y tomar la medicación.

- ¿Te encuentras bien? - le preguntó Naroa, viéndola tan callada y sumida en sus pensamientos.

La noche que discutió con su sugar daddy, no la recordaba con demasiada precisión. Sólo veía su cuerpo desnudo y después, ella corriendo hacia casa con las manos cubiertas de sangre. Tras aquel episodio, se inició un ciclo de amenazas a través de las redes, fotografías comprometidas, persecuciones por la calle a plena luz o palizas en rincones lúgubres cuando menos lo esperaba. 

No era capaz de rememorar lo que había sucedido, ¿lo había matado? Naroa le había tranquilizado diciéndole que no, que la gente no desaparecía así, de repente, sin que nadie le eche de menos. Le había animado a denunciar, a contar los hechos a la policía y también a sus padres, que apenas acertaban a adivinar que le ocurría a su hija. Tenía audios y mensajes guardados como prueba. Sin embargo, ni siquiera conocía el verdadero nombre de aquel hombre y debía dilucidar qué era cierto de todas aquellas imágenes borrosas que evocaba.

- Cuando era pequeña, abusaron de mí- sollozó al atisbar esa imagen en su mente. Ella, desnuda, en la cama de su antigua habitación. Una sensación de vergüenza y asco la invadió.

El rostro moreno de la trabajadora social palideció hasta límites insospechados y su semblamente, habitualmente risueño, se tornó adusto para contemplar a Leire con detenimiento. La invitó a salir para hablar en su despacho.

- ¿Estás absolutamente segura de lo que me acabas de decir? - le preguntó. Sus ojos clavados en la adolescente que miraba las puntas de sus botas. Leire se encogió de hombros.- ¿Me permites que hable de esto con el resto del equipo?- la menor asintió- ¿Alguna sospecha de quién pudo hacerlo? ¿Tu padre? ¿Un tío?
- ¡No! No creo- murmuró Leire.
- Está bien. No pasa nada. Estamos aquí para ayudarte en todo lo que podamos. Lo sabes ¿verdad?

El equipo profesional del centro concluyó que aquel recuerdo podía ser una distorsión de la noche en que aquel hombre, el sugar daddy de los cojones, quiso forzarla y ella se negó y, a pesar de haberse defendido, se había visto desprotegida, como una niña pequeña.
*  *  *
Todo se mueve en las noches. Todo adquiere un tinte más tenebroso. Quizás por eso, Leire eligió dicho momento para sincerarse con su madre. Encendió la luz de la mesita y la llamó "mamá", aunque hacía tiempo que no usaba esa palabra para dirigirse a ella. Narró ordenadamente los secretos que había ocultado, obviando aquello de lo que no tenía plena certeza, para mostrarse lo más coherente posible. Las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de aquella mujer que siempre había sido un ejemplo de fortaleza y seguridad. Y Leire percibió que junto a ese llanto silencioso, esa fachada se derrumbaba, haciendo envejecer a su madre cien años de golpe, como si el rastro de agua salada en sus mejillas fuese imprimiendo un surco, una cicatriz que se transformaba en una arruga más en su piel. 

Cuando finalizó el relato, ambas se abrazaron tan fuerte que la fina soga invisible que une a las hijas con sus madres y que se había descosido meses atrás, se hilvanó de nuevo, más robusta y resistente, y Leire se quedó dormida en los brazos de la mujer que le había dado la vida y era sinónimo de hogar y paz. Otra vez.

Fueron sus padres quienes interpusieron la denuncia a los pocos días, tras informarse sobre cuál era la mejor opción. El hombre no volvió a aparecer bajo su ventana. Y aunque seguía teniendo mucho miedo, se encontraba menos sola desde que había retomado la relación con familiares y las amigas de siempre.

- Ahora sólo debes preocuparte por tu recuperación, seguir las pautas de la psiquiatra y tomar la medicación - le dijo Naroa, después de felicitarla por haber tenido la iniciativa de hablar y soltar lo que acumulaba dentro - Has hecho un gran trabajo.

Su esfuerzo le había costado. Porque le habían engañado. Le habían hecho creer que la vida era locura, dinero, diversión y éxito. Entonces, Leire comprendió que no. 

Sonrió sin separar los labios. La vida comenzaba ahora. 

"He estado al borde de la cárcel,
al borde de la amistad,
al borde del arte,
al borde del suicidio,
al borde del amor...
y, poco a poco, 
me fue dando sueño,
y aquí estoy durmiendo al borde,
al borde de despertar".
- Gloria Fuertes -

2 comentarios:

  1. Qué fuerte!!! Pero bueno, parece que la chica es recuperable.... Cuántas pasarán por esos oscuros caminos, algunas sin retorno

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  2. Y pensar en todas las mujeres que pueden sentirse identificadas con gran parte de esta historia...

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