"Nadie me enseñó a vencer al huracán,
ni hacer acrobacias con las palabras para lograr
hablar de lo grande que fue tenerte en mi vida.
Y aprender de ti. Y aprender de ti.
Ahora que soy más fuerte que el metal,
que esquivo las balas en esta guerra sin declarar,
me sobran preguntas, me falta aprender a vivir
recordándote, recordándote."
que esquivo las balas en esta guerra sin declarar,
me sobran preguntas, me falta aprender a vivir
recordándote, recordándote."
- Guevara -
Supongo que una se acostumbra a vivir sin despedirse. La gente pasa por nuestra historia y, en algún momento, sencillamente ya no está. Desaparece.
Pero no logro acostumbrarme a tu no-despedida. A veces, tu recuerdo me oprime tanto el pecho que me salen goteras. Y no puedo enfadarme porque, al menos, tuve la fortuna de conocerte, de llamarte amiga y de ser la tuya. Es más de lo que muchas pueden decir.
Quizás por prejuicios hacia tu estética de mujer musulmana, hubo quien no te dio la oportunidad, o más bien, debería decir que no se dio el placer de hablarte. Y precisamente, fue ese hiyab negro que ocultaba tu melena pelirroja, lo que me impulsó a acercarme para preguntarte los motivos. Te pedí perdón porque no quería que te sintieras cuestionada o no respetada. Fue en uno de esos bancos próximos a la biblioteca de la universidad. El sol lucía especialmente bonito en esos últimos días del verano ¡Qué época aquella! ¡Cuánta ilusión respirábamos, cuánta ingenuidad y cuántas ganas de comernos el mundo!!
¡Y tú te echaste a reír ante mis preguntas! Y me explicaste muchas cosas sobre el Islam. No me convenció, pero no te lo dije. Porque me pareciste una persona con dos dedos de frente y era tu decisión. Y punto. Eso también me lo enseñaste tú: cuando quieres a alguien, le quieres libre o no le quieres.
Y yo te quiero mucho desde siempre. De una manera tan profunda y tan real que me parece imposible que salga de mí. Eres una de esas personas a las que he querido, de una forma que no se puede expresar con palabras. Como si fueras mi hermana. Como si un vínculo invisible nos hubiera unido desde mucho antes de encontrarnos por primera vez. Y continúa existiendo. Por eso lo escribo en presente. Aunque ya no estés aquí.
¿Recuerdas nuestros paseos por la ciudad después de los exámenes? Pamplona ardía de belleza y nos invitaba a caminar, sin cesar de parlotear. ¿De qué charlábamos tanto? O aquella cafetería en Tudela, testigo de tantas confidencias, mientras el té pakistaní se enfriaba sobre la mesa sin apenas catarlo, harto de nuestra cháchara.
Un día me dijiste que te recordaba a tu hermana mayor, con la que mejor te llevabas, y que tras casarse se había ido de casa. Me sentí halagada, aunque yo no pudiera compararte con nadie. Para mí eras irrepetible. Como tú no hay dos. Y eso a veces da miedo. Me llena de congoja no volver a conocer a alguien como tú, con la que sentirme como me sentía a tu lado. Ni siquiera me atrevo a leer lo que escribía después de pasar un rato juntas. Me pregunto si esta nostalgia no tiene su punto egoísta, por el deseo de regresar a quien yo era cuando estaba contigo y el temor a que nadie me mire como tú me mirabas, ni me hable con la verdad con la que tú me hablabas.
Te echo de menos y no sé muy bien qué hacer con esta tristeza tan honda que experimento cuando te pienso. Una tristeza que se entremezcla con la alegría por tantos momentos compartidos, por tantas emociones intensamente genuinas. Aunque el sentimiento de ahora, también lo es. Si te soy sincera, sin edulcorante, cuando me da por recordarte, el dolor es casi físico. Aquí, en el centro del pecho.
No lo vas a creer, pero todavía le pregunto a Dios por qué tú y ante la falta de una respuesta convincente, aún me entran ganas de gritar. Porque sigue siendo muy injusto, a pesar de que... ¿debería haberlo aceptado después de seis años? Evidentemente no lo he conseguido. Y ojalá estuvieras hoy aquí. Me gustaría contarte tantas cosas, escuchar tu opinión, que me zarandearas con cuidado cuando tropiezo con la apatía.
¿Cómo te siento tan lejos si dicen que el Cielo está tan cerca? Sin embargo, cuando la gente me habla de ti, tu presencia se hace palpable a través de las palabras y se me ensancha el corazón, porque ni un comentario negativo sale de sus labios. Más les vale.
¿Te cuento un secreto? Hay noches que te sueño tan nítidamente, que cuando me despierto, no me creo que no estés y dudo entre lo que es realidad y fantasía. Pero ¡ojalá me acompañaras más a menudo en sueños!
Hace unos días estuve de nuevo en la universidad, para un examen de oposición. Es ligeramente siniestro volver a pisar esos pasillos y esas aulas, donde pasamos los mejores años de nuestra vida y aún suenan lejanas nuestras risas, agobios y partidas de cartas. No deja de ser paradójico volver y que tú no estés y que yo no sea la misma joven inocente e inconformista que fantaseaba con inventar una sociedad diferente a base de sonrisas y buenas intenciones que, sólo en alguna ocasión, se hacían barro y tomaban forma.
También he regresado a Tudela un par de veces desde que ya no vives allí y -¿sabes?- se ha convertido en el rincón más gris del planeta. No creo que haya lugar más triste que esas calles que extrañan tu risa y el eco de tus pasos, donde tu ausencia es una sombra que envilece las aceras. Tu burrito se mantiene pintado en la vieja fachada y tirando de su carga. Cuando me acerco a acariciarlo, rebuzna en silencio, para que sólo yo pueda oírlo y, por un segundo, estás ahí. Luego, me dedico a disimularlo todo y a devolverles a tudelanas y tudelanos un poquico de esa parte de ti que se quedó en mí.
No sé por qué escribo esto. Tal vez, sea para hacerte saber que permaneces en mi memoria o, quizás, sea un nuevo y fallido intento de decirte adiós, para que la herida no vuelva a abrirse. Aunque sé que lo hará. Sigues siendo una de esas heridas abiertas a las que de vez en cuando les da por sangrar. No eres la única, pero... ¡jolines! Tengo que aprender a vivir con eso.
Ojalá estuvieras aquí.
Gracias por darme la oportunidad de vivir la AMISTAD, así, en mayúsculas y con todo su significado.
“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas.”
- Aristóteles -
Cuando una encuestra una amistad así no hay distancia que valga, la esencia de la otra persona te acompañará siempre. Has tenido suerte de conocerla
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