viernes, 15 de julio de 2016

Sanfermines

🔻"En esta hermosa Navarra,
tierra ideal donde nací.
En donde tengo mis amores,
donde siempre dichosa yo viví.

Hay una perla guardada,
con la que sueña mi ilusión.
Esta es Pamplona mi adorada,
a la que siempre quise con todo el corazón.

Pamplona,
Tú eres la perla del norte.
Un rinconcito de España,
donde se vive feliz.

Pamplona,
Dentro del alma te llevo.
Y aunque esté lejos, muy lejos,
nunca me olvido de ti."🔻

Pamplona, perla del norte

"Érase una vez, el sortilegio de una ciudad transmutada en capital de la alegría y la fiesta..."

Este año, más que nunca, me da pena que se hayan terminado las fiestas de San Fermín. He salido mañana, tarde y noche; he disfrutado de la calle, de lo tradicional, de la música, de la gente. Los sanfermines son fiestas tan especiales porque te invitan a vivir la calle por nueve días rodeada de ese ambiente sanferminero que no se puede describir y sólo lo entiende quien lo experimenta.

Y es que San Fermín es muchísimo más que toros, abusos (o agresiones) sexuales y personas ebrias con camisetas rosas, apestando a sangría. Porque, desgraciadamente, la tauromaquia existe en muchos lugares de España y del extranjero, el machismo y sus consecuencias es una ideología generalizada a nivel mundial y beber alcohol de manera descontrolada es una práctica de cualquier sábado noche para una parte de la juventud de los quince en adelante.

San Fermín es mucho más que la concentrada pestilencia a orín, la basura que se acumula al lado de contenedores vacíos y l@s frances@s pesad@s que se dedican a empujar en el “Pobre de mí”. Porque si las personas cochinas, maleducadas y descerebradas volaran, no se vería el sol. Aquí y en la China mandarina.

No. No se trata de demonizar (aunque algun@s lo pretendan) ni de idealizar las que son, sin duda, las mejores fiestas del mundo.

Lo que te llena de verdad son los sanfermines de día, porque de noche es similar a cualquier verbena, pero con la población multiplicada. Hay que saber rodearse y buscar las actividades que marcan la diferencia.

San Fermín es, principalmente, el santo morenico, -tan guapo él- y su procesión del 7 de julio. Es visitarlo en su capilla, en la iglesia de San Lorenzo, para pedirle que nos eche un capotico a l@s navarr@s y a tod@s aquell@s que así se sienten cuando Pamplona les acoge.

San Fermín es la comparsa de gigantes y cabezudos. El rey y la reina europe@s, l@s asiátic@s, american@s y l@s african@s, símbolos de la multiculturalidad que a l@s pamplonicas nos gusta tanto. ¡Qué nadie me diga que ver danzar a l@s gigantes es cosa de crí@s! ¡Es tan bonito! ¿Mi favorito? Selim–pia Elcalzao, el sultán árabe ¡con sus chupetes atados al cinto!

San Fermín es el entrañable Caravinagre con el resto de kilikis pegando vergazos a niñ@s y mayores, los zaldikos a caballo y la banda de música que les sigue. San Fermín son l@s más peques con sus familias abarrotando las aceras, acompañando a la comparsa y los deseos de much@s por volver a la infancia.

San Fermín es el txupinazo, el "riau-riau", la ropa blanca preparada desde el día anterior que se convertirá en una segunda piel durante las fiestas, el pañuelico rojo, -que siempre llevo conmigo cada vez que viajo, como distintivo honorífico de mi tierra- y la faja que nos recuerdan el martirio del santo al que veneramos. San Fermín es una marea blanca y roja, un grito por la igualdad a pesar de las particularidades individuales y en la diversidad.

San Fermín es madrugar, trasnochar y olvidar la siesta. San Fermín son los almuerzos en cuadrilla y los churros -únicos en el mundo- de la Mañueta. Son los globos de helio, la noria y las multitudes. Es soportar sin volver a casa, el calor y las tormentas. Son las joticas de las 12h en Paseo Sarasate con las que se te pone el vello de punta, (¿quién decide que son para la tercera edad?). Son los conciertos de txistularis y de las bandas locales por el Casco Viejo. Son las peñas, sus txarangas y sus pancartas controvertidas. Los conciertos de la Pegatina. Es la música bailable de Antoniutti y Plaza de la Cruz. Es perder la vergüenza y cantar, gritar y bailar sin que nadie te mire como si estuvieras loca (y si te miran así, poco importa). Es la tómbola de Cáritas y mi ilusión porque me toque un robot de cocina que nunca llega. Son las barracas y el olor a fritanga. Son las cenas antes, durante o después de los fuegos de las 23h en la Vuelta del Castillo y con buena compañía. Es el “Pobre de mí” esperanzador en la Plaza Consistorial y aledaños con sus cientos de velas y miles de pañuelicos de nuevo en alto, despidiendo las fiestas. Es volver a quedar con amistades que no veías desde hacía un siglo. Es ese sentimiento de pertenencia, de orgullo, de apertura que inunda y colorea los corazones del mismo rojo del pañuelo.