miércoles, 17 de mayo de 2017

Los ángeles no tienen corazón

...tienen alas...

No hay nada comparable a las primeras veces. La primera vez que vuelas en avión. La primera vez que te bañas en el mar, hundes los pies en la arena y miras el horizonte. La primera vez que ganas algo de dinero por tu trabajo. La primera vez que vas a la universidad. La primera vez que ves esa obra de teatro que te encanta. La primera vez que te tiras en paracaídas. La primera vez que pruebas un cappuccino italiano. La primera vez que contemplas la Sagrada Familia de Gaudí. La primera vez que conoces a alguien y le miras a los ojos, por primera vez...

La primera vez que te vi tenías la mirada de una persona de mil años, como un hombre lleno de invierno. Y un enigma escondido tras la sonrisa. Pero no fue tu aire de perrito abandonado lo que me impulsó a adoptarte. Fue la ingenuidad de tu pensamiento. Tu corazón sencillo, sentimientos laberínticos. Siempre me gustó tu risa contagiosa, esa manera tan especial de querer, camuflada de normalidad; tu capacidad para poner patas arriba mi vida, tus locos -aunque escasos- momentos de impulsividad contenida. Y tus manos grandes capaces de sostener y abrazar el mundo entero.

Es guay querer a la gente, a todas las personas. Pero es que tú eres querible versión premium. Contigo no existe un plan B: hay que quererte sí o sí. Eres infinitamente más estrujable que el resto de la humanidad. No me entiendas mal: somos como dos gotas que cayeron de la misma nube, pero no pueden ni deben ni quieren compartir el mismo charco. Es bonito saberlo, aunque cuesta vivir solamente la mitad del camino.

¿Cuántas cosas no gritaste y cuántas mentiras dejaste escapar? Admito que yo también me callé los "te quiero". No hay palabras cuando el corazón se desborda. Soy un libro abierto muy fácil de leer para tan experto epigrafista.

¡Qué difícil eres cuando te escondes tras trescientos ochenta y siete días! Eres complicado cuando me haces falta. Como si no bastase hacerte memoria en la distancia. Como si no bastase ese pedacito de suelo que ya es nuestro para siempre. Como si no bastase verte en sueños o de vez en cuando, sentir que el viento me trae el eco de tu voz. Bendita inocencia la mía.