sábado, 4 de abril de 2020

El plan de Anteros

«La vida es infinitamente más extraña que cualquier cosa que pueda inventar la mente humana. No nos atreveríamos a imaginar ciertas cosas que en realidad son de lo más corriente. Si pudiéramos salir volando por esa ventana, tomados de la mano, sobrevolar esta gran ciudad, levantar con cuidado los tejados y espiar todas las cosas raras que pasan, las extrañas coincidencias, las intrigas, los engaños, los prodigiosos encadenamientos de circunstancias que se extienden de generación en generación y acaban conduciendo a los resultados más extravagantes, nos parecería que las historias de ficción, con sus convencionalismos y sus conclusiones sabidas de antemano, son algo trasnochado e insípido».- Arthur Conan Doyle


No era un día habitual en Hyde Park. Amaneció nublado, pero los rayos de sol lucharon con insistencia contra los nubarrones que tintaban el cielo de gris y por fin, el azul había invadido el territorio celeste. Por ese motivo, Teresa aprovechó para salir con las dos niñas que cuidaba. Era domingo y a las peques les encantaba caminar por los jardines y subirse en las barcas para navegar por el lago Serpentine. Ella también disfrutaba, aunque no podía evitar sentir cierta nostalgia por Madrid, su ciudad natal, y por el parque del Retiro.

Esa mañana, a mitad del paseo, Teresa había recibido un whatsapp inesperado. Ángel había recorrido los más de mil kilómetros que separaban Madrid de Londres para intentar arreglar lo suyo. “Lo nuestro" lo había llamado él, aunque ella tenía serias dudas sobre si seguían teniendo algo en común. 

Pero lo heroico del gesto de Ángel no era el viaje en sí, sino cómo lo había hecho: en coche. Y después de dos largos meses desde la ruptura. “¿No podía ser una persona normal y tomar un avión?”, pensó ella. Quizás deseaba sorprenderla así, pero consiguió el efecto contrario. ¿Qué pretendía demostrar? Aquello que tanto le había llamado la atención cuando lo conoció, ahora sólo la ponía de mal humor. Tal vez era porque, tras ese esfuerzo, era incapaz de decirle que no y mandarlo directamente a freír espárragos.

Quedaron esa misma tarde en Piccadilly Circus. Ella trabajaba en Manor House, podría coger la línea directa del metro y en veinte minutos llegaría sin problemas. No imaginaba que las cosas pudieran complicarse ni que el destino tuviera otros planes.

Él se encaminó hacia su cita con dos horas de antelación. No podía dormir y no aguantaba un minuto más de espera en aquel rancio cuarto del hostel, que no había tenido más remedio que compartir con desconocidos que le miraban raro. Las paredes pintadas de color remolacha más una única y diminuta ventana, que dificultaba la ventilación, le estaban causando claustrofobia. Hacía un siglo, ese edificio había sido una cárcel que había albergado a cientos de personas hacinadas, sin más vistas que el cielo oscuro y a menudo cargado de lluvia en la ciudad de Oliver Twist

Se había vestido con su camisa blanca favorita y la americana de las ocasiones especiales. Ante todo, no perder la clase ni la elegancia. Montó en su coche recién comprado y estuvo dando vueltas, estudiando donde podía aparcar para acercarse andando. Casi a la hora exacta en que Teresa comenzaba su tiempo libre, condujo hacia allí. Con un poco de suerte, podría recogerla, haciéndose el sorprendido por el encuentro. Atisbó una plaza de aparcamiento y se dirigió hacia ella. Sin embargo, no aparcó. 

- Hey, friend! Do you speak spanish, please? ¿Español? Necesito una manita… Help.– un hombre joven salió del vehículo estacionado justo detrás de la plaza libre. Tenía las mejillas y las manos sucias. Parecía que su coche le estaba dando problemas.

Ángel negó con la cabeza y continuó buscando sitio. No podía perder tiempo ayudando a ese pobre desesperado y tampoco le daba confianza abandonar su coche junto al de él. “No pierdas la paciencia, ya encontrarás un lugar mejor", se animó a sí mismo, mirando de reojo la hora que marcaba el reloj de su móvil.

Ella, por otra parte, había tenido una tarde de locura. Una de las niñas se había puesto enferma con vómitos y fiebre. Ni corta ni perezosa, cogió el coche de su patrón y la llevó a urgencias. Mientras le hacían pruebas a la menor y su hermana se dedicaba a patinarse por los pasillos, Teresa intentaba localizar a los padres. Acudieron al hospital cuando la situación se había calmado y la pequeña descansaba en una cama de una fría habitación, con paredes blancas y olor a desinfectante.

Salió más tarde de su hora y además tenía devolver el automóvil, porque los señores Shepard habían llegado en sus otros vehículos. Sin embargo, la suerte parecía sonreírle. Encontró un sitio amplio en Manor House, próximo a la estación de metro. “Cuándo regrese lo llevaré al garaje. No creo que a Mr. Shepard le importe por un rato", se autoconvenció con optimismo.

- Hey, friend! Do you speak spanish, please? - alguien interrumpió sus pensamientos.