jueves, 29 de noviembre de 2018

Un hogar privilegiado

Te lo prometo. No hay ciudad más bonita en el mundo que Pamplona en otoño. O, al menos, así me lo parece a mí. No tiene nada que envidiar a esas majestuosas ciudades, famosas por su belleza arquitectónica o su paisaje.

De madrugada, las nubes resbalan desde el cielo para humedecer la atmósfera y los adoquines. Es la hora de los enigmas, de las leyendas antiguas que embrujan la vieja Iruña. Esa hora gris, cuando la ciudad se despereza, se sacude la hojarasca y tiende una resbaladiza alfombra para quienes, con las mentes aún somnolientas, atraviesan el ambiente helado entre exhalaciones de vapor.

Nunca antes me había sentido tan afortunada por disfrutar de ese momento, ataviada con mi abrigo, la bufanda y un gorro, para hacer frente a las bajas temperaturas. Como alguien que, oculta entre las últimas tinieblas de la noche, es capaz de leer los anhelos y esperanzas de viandantes sonámbulos. Aunque en realidad, sólo las imagine.



Todos los días el mismo recorrido, los mismo lugares a las mismas horas. Los mismos amaneceres malvas y ocasos escarlata. El mismo sol tímido que crea reflejos en el Arga o se esconde de la lluvia, velando su rostro a los charcos. El mismo parloteo incesante, los graffitis y los símbolos diversos colgando de fachadas destartaladas. Las obras en Pío XII con las que nadie está conforme, el tráfico, las esperas en los semáforos o en los ascensores que suben a Descalzos. Esa iglesia tan tétrica y acogedora a la vez, cuyos santos me observan desde sus pedestales en la oscuridad. El parque de la Taconera con sus contrastes de amarillos, rojos y verdes, los bancos de madera y los ángeles de las aceras dejando caer lo minutos en una prórroga eterna... 

Todo sucede en este escenario mágico, en un entorno que rebosa encanto dentro de su normalidad sencilla, invisible para tant@s. El corazón me da un vuelco al saberme privilegiada por esta rutina hechicera, donde l@s desconocid@s se convierten en familia, de la que no conozco nombres ni historias, pero a quienes agradezco la sonrisa diaria. L@s echaré de menos cuando mi cotidianidad se rompa y cambie.
Fotografías de "Rincones y lugares pamploneses"
A continuación, los mediodías tardíos prendidos de silencio, las calles desiertas, el aroma a comida y marihuana escapando de los bares y de los balcones del primer piso. Después, la calma y la serenidad que preceden al jolgorio y a la risa.

Cuando el atardecer se apaga entre las callejuelas abarrotadas y la ciudad se viste de gala; cuando la luz de las farolas dibujan los contornos y trazan formas en la bruma, mientras el frío pinta de azul las yemas de los dedos... Entonces, en la hora naranja, aparecen.