sábado, 16 de junio de 2018

Oda a la peregrina

Anakephalaiosis
Y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende
("La vida es sueño", P. Calderón de la Barca)

Lleva equipaje ligero.
Un hatillo lleno de nombres,
mil rostros en el recuerdo
y proyectos infinitos para el camino.

Echa la vista atrás y mira:
los obstáculos sorteados,
las cuerdas rasgadas que ataron sus tobillos,
las pieles bajo las que se camufló,
las personas a las que decidió no imitar ni seguir
y otras rutas que renunció a recorrer.

El dolor que implica
el crecimiento,
la libertad,
curar las heridas
y poner nombre a la propia fragilidad.

El valor que exige
vencer los miedos,
decir que no,
decir que sí
-sobre todo a las personas cercanas-,
dejar de dar explicaciones,
seguir al corazón frente a lo socialmente aceptable,
enfrentarse a los mensajes negativos que, con malicia o sin ella,
llegan desde fuera para convencer de la ausencia de capacidad,
para cambiar la dirección, para bloquear los sueños.

Aprender (siempre aprendiendo)
que agradecer los dones no es orgullo
sino autoestima y conocimiento personal,
que no todas las luchas son violentas
aunque conlleven conflicto,
que ser más racional que sentimental
es más ventaja que inconveniente.

Perdonar (primero a una misma)
los errores,
las exigencias,
los cuchillos envueltos en palabras
-o en intenciones-,
la incomprensión...
porque no hay comunidad humana perfecta,
sino diálogo, paciencia, amor, confianza.

Aceptar (donde hay humanidad, hay límites, ¡qué maravilla!)
que no puedes andar cincuenta kilómetros en dos días
-aunque otr@s sí lo hagan-,
si estás hecha para caminar treinta en una semana.
Ella no desea competir, sino cooperar
y disfrutar del paisaje en buena compañía.

Y vio su reflejo en los charcos
y asustada rechazó volver a mirarse,
hasta que se limpió las pestañas
del barro y sus legañas.
Y tuvo que quererse así:
más real que ideal.
Menos de piedra y más de piel.