domingo, 21 de agosto de 2016

El superpoder de cuidar

Lo opuesto a una cultura masculina de la violación 
es una cultura masculina afectiva: hombres aumentando 
su capacidad de dar cuidados (Nora Samaran)
Amar es cuidar. Hace tiempo que vengo dándole vueltas a este tema y al por qué a los hombres les afecta tanto en su masculinidad que se les pida que cuiden, ¿es que no aman? ¿Es que l@s hij@s no son también suy@s? ¿O sus madres/padres? ¿O la casa que siempre quieren ver limpia? ¿O sus camisas y calzoncillos? (Por supuesto, no hablo de aquellos que se deconstruyen, que cuestionan sus prejuicios y que no ayudan a sus parejas sino que hacen la mitad del trabajo doméstico, según les corresponde).

Una amiga tiene la teoría de que no es machismo sino desidia y el patriarcado sólo les reafirma para que no se sientan culpables por mantener unos privilegios ilógicos, mientras que con las mujeres hace todo lo contrario. Porque cuidar cuesta. Cuesta tiempo y cuesta esfuerzo. Pero lo que más cuesta es la obligación del cuidado a cambio de nada, gratis, a cambio de descuidarte, en nombre de un amor desinteresado, ilimitadamente generoso. ¿Por qué no se habla del síndrome de la cuidadora quemada que padecen tantas amas de casa? Hombres y mujeres deberíamos repartirnos las tareas, por justicia, por plenitud individual y porque así tendríamos más tiempo para el autocuidado, para las relaciones sociales, para las aficiones, en resumen, para disfrutar la vida. 

No podemos seguir plegadas a las necesidades, expectativas y deseos de los demás, para que nos quieran. No te dejes convencer por la imposición de "sufrir por amor". No valen los razonamientos estúpidos, ésos de "ellos no lo hacen tan bien, no saben", "friego los platos y hago como que no me doy cuenta de que la chapa está sucia, ya la limpiará ella...", "si por naturaleza, dais de mamar, también tenéis que cocinar" (No, no me lo invento. Lo he oído), "el instinto maternal...", "las mujeres caéis más en los detalles". No. Dímelo a mí que soy la persona más despistada sobre el planeta Tierra y ésto no me resta feminidad. Y tampoco sé cocinar, por cierto. Y no pienso planchar en mi vida. 
El cuidado debe ser libre, un espacio de igualdad, sin dominación ni subordinación.

Reivindicar el valor de cuidar
Una vez aclarado este aspecto, creo que el mayor superpoder que existe en el mundo es el de cuidar. Cuidar es amor en acción, en lo concreto. La política no soluciona problemas, no sólo de idealismos vive la persona y el dinero no lo puede todo. Cuando cuidamos entramos en el mundo de la otra persona, compartimos su intimidad y entonces, se inicia un mecanismo mágico que nos ensancha el corazón y nos conecta con la humanidad, con lo importante, con el sentido de la existencia. Cuidar nos ayuda a percibir nuestra debilidad, nuestra necesidad de comunidad, de no estar sol@s. Cuidar nos enseña verdades como puños como que no hay mayor regalo que la persona que tengo enfrente y que me acepta, dándome la posibilidad de acceder a su universo. Cuidar es proteger, velar, defender la dignidad de la gente, su derecho al bienestar, a la calidad de vida.

Tenemos el ejemplo de nuestras madres. No hay nada como una madre, una heroína disfrazada. Aunque casi nunca se les reconoce su labor. Sin embargo, la maternidad no implica ser una superwoman que sacrifica todo por la familia. Imponer ese modelo de madre a las mujeres también es violencia. 


El feminismo ha luchado por conseguir que las mujeres tengamos los mismos derechos que los hombres, algo que es de agradecer, de agradecer un montón; pero últimamente también creo que intentamos imitar a los hombres en todo, hasta en lo que hacen mal, hasta en dejar de cuidar. Deberíamos promover que ellos nos imiten a nosotras: en estar disponibles, en ser constantes y responsables, emocionales, menos rudos, no violentos, en ser menos competitivos y más cooperantes, en no cosificar al sexo opuesto y ser más tiernos, y por supuesto, en los cuidados... porque nos estamos perdiendo un modo diferente de hacerlo, su visión, su estilo.
Deberíamos revalorizar el cuidado. En casa y fuera de ella. Reivindicando -siempre que las capacidades de las otras personas lo permitan- reciprocidad e igualdad de condiciones. Y alejándonos -quizás sólo periódicamente- de aquellas personas o situaciones que terminan por quemarnos. Aprendiendo a decir no. Aprendiendo a no negarnos el sí del autocuidado.


Antoine apuró la taza de café antes de levantarse a echar medio leño al fuego. Luego declaró: 
- El amor verdadero es esto. 
- ¿Qué quiere decir? 
- El amor es echar siempre un tronco al fuego. Solo así se mantiene encendida la llama. Suena obvio, pero demasiada gente lo olvida. Por eso se llevan mal tantas parejas. Si quieres amar de verdad, recuerda esto, chico: aunque estés cansado, tendrás que ir a buscar un leño para alimentar el fuego. Si no lo haces, por la mañana sólo encontrarás las cenizas de lo que había sido tu amor.

Sí, quizás el amor más que un sentir es un cuidar de manera constante, un corresponder, un delicado juego de equilibrios que implica consciencia para valorar lo que recibimos del otro y también lo que el otro es, y que la otra parte sienta y reconozca esa correspondencia. Cada día uno debe poner su leño en el hogar. Así, desde ese reconocimiento mutuo surgen el equilibrio, el respeto, la admiración, la gratitud; la llama se mantiene viva y regalando calor. 

Amar, sin duda, es no solo querer lo mejor para el otro, sino también contribuir a que eso suceda. Y eso no es solo aplicable al universo de nuestras parejas, también de nuestras amistades, también de las personas a las que apreciamos en el ejercicio de nuestro trabajo.

La falta de consciencia, la pereza y la inercia son malas compañías en este proceso. Llevan a no poner ese tronco en el hogar y, necesariamente, la llama del afecto se va apagando hasta desaparecer. (Fragmento de "Un corazón lleno de estrellas")

No hay amores eternos, hay amores bien cuidados.
El amor, para que sea auténtico, debe costarnos (Madre Teresa).
Nunca imaginaríamos una historia de amor sin intimidad, pero no estamos casi nunca a solas con nuestro propio deseo.

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