jueves, 21 de junio de 2018

El botones enamorao

"Hoy me siento como un tango bailando en el viento"

La reconoció desde el momento que cruzó la puerta del hotel. Con esos ojos oscuros que se clavaron en los suyos y esa actitud segura y desafiante, de quien se siente satisfecha en su piel y con su vida. También de niña había tenido ese carácter rebelde, fuerte, indomable. 

Ella le sonrió, cortés. A él la perplejidad le paralizó por un instante, mientras la contemplaba pasar por su lado, dejando una estela de su perfume natural, ése que tanto le gustaba. Se aflojó el nudo de la corbata y respiró hondo.

Sus idas y venidas eran continuas, así que él pronto se acostumbró a su presencia durante unos días, para después volver a cargar su maleta y verla marchar.

Hasta pudieron compartir alguna conversación, cuando subía a su habitación a llevarle algún pedido. 

Aprendió a recordar el significado de sus gestos y a fijarse en los detalles, como la foto de su familia que colocaba junto a su máquina de escribir, su afición a leer mientras desayunaba o dibujar garabatos cuando hablaba desde el teléfono de recepción. Siempre lucía algo de color naranja en su atuendo, si no era un vestido, eran unos zapatos o un broche. Y siempre esa mirada tatuada de tristeza que pretendía camuflar a base de pintura. Incluso eso le gustaba. Porque para él no tenía secretos, aunque ella lo ignorara por completo.

Todo en aquella mujer había cambiado y, sin embargo, le despertaba la misma emoción y cosquilleo de hacía tantos años. 

No se atrevía darse a conocer. Si fuera especial... como uno de esos elegantes señores que bebían champán en el salón del hotel en los grandes eventos o como los artistas refinados que se alojaban de vez en cuando y a los que solía ver rodeados de admiradoras. Si fuera alguien con conocimientos del mundo como ella, con estudios y clase... Pero es un simple botones con su estúpido y ridículo uniforme. Y pensar que ella le había considerado un descarado en aquella ocasión, cuando  le había confesado que la quería... Han bastado unos años para que ni siquiera sea capaz de mirarla a esos ojos en los que antes se perdía.

Así que el joven botones vuelve cada noche a la habitación que alquila en una cochambrosa pensión, con las manos en los bolsillos y el ánimo por los suelos. Las esperanzas que despertaron con el amanecer, retornan desgastadas junto a sus viejos zapatos. No había reunido el valor.

"Pero todo cambiará al día siguiente" piensa, mientras apoya la cabeza en la almohada, dispuesto a soñar. Y al despuntar el alba, vuelve a cargar bolsas y maletas y a mostrarse educado y solícito con l@s client@s nuev@s o con aquell@s que dan por finalizado su hospedaje. Está preparado para hacer lo que sea necesario y de la mejor manera posible, hasta encontrarla de nuevo o que ella le encuentre.

De pronto, la ve de refilón a la salida. Él mismo ha portado sus pertenencias hasta el taxi que la espera. Y ese coche, -le parece- se lleva algo suyo, porque desde luego, a él le falta una parte de sí mismo cada vez que la ve partir. Entonces, ella le saluda y se acerca peligrosamente. Él corresponde a su saludo de un modo cordial, quizás peca de excesiva timidez. Él, que para nada es tímido. No puede evitarlo.

"¡Espera!", le llama y él obedece. Se sitúa frente al botones que tanto le cuida y con quien se siente tan auténtica, sin necesidad de demostrar su valor constantemente. Es lo que le hace especial: no le juzga. Por eso le gusta tanto. Pero hay algo más. Le estudia con curiosidad y detenimiento. "Me recuerdas a alguien a quien quise mucho", le dice. Se miran a los ojos y descubren en sus miradas algo que les embriaga de ilusión y que lo cambia todo.

Ella se sube al taxi y desaparece entre el tráfico. Él sonríe sin que nadie le vea. Nadie a su alrededor ha notado nada. Seguramente, nadie pueda entender lo que entraña esa mirada y esas palabras. "Me recuerdas a alguien a quien quise mucho". Y siente ganas de bailar.

Aquella noche, no regresa a casa cabizbajo, sino dando brincos y cantando. Algun@s pensaron, estarán pensando y pensarán, que está loco. Pero el joven botones sabe que no. Sabe, que en su próximo encuentro, tendrá la osadía de quitarse la careta y contarle toda la verdad. Tal vez, el destino les dé otra oportunidad. Más allá de sus circunstancias. Como cuando eran un@s niñ@s.


Nos dijimos tantas veces adiós
que despedirnos
significaba reinventar el reencuentro.


Era una espalda magullada
que desprendía felicidad al desplegarse,
quizá por eso me adherí a ella:
era ese punto exacto de felicidad
que tiene la tristeza
y que nunca se encuentra.
Pero, entonces, ella.

Estaba tan guapa,
tan guapa como la primera vez,
tan guapa como los finales tristes
que terminan con un beso,
como esas tormentas que te ahogan
si no te mojan,
tan guapa
como esas mujeres que
-por fortuna o por desgracia-
son para toda la vida.

Sueño tanto con ella
que verla es como seguir dormido.

Ella caminaba
y decía que los ayeres
nunca podrían convertirse en mañanas;
que cuando el reloj se rompe
de nada sirve darle cuerda;
que hay flores que duran un verano
porque la vida es así,
y de nada vale ahogarles en agua
si ya es invierno.

Yo la escuchaba
como se escuchan algunas canciones:
leyéndola.

Fue uno de esos momentos
en los que las palabras sobran.
Me explico:
cuando sabes el final de una película
y aún así vuelves a verla,
es cuando te fijas en los detalles que guarda.
Y yo solo quería mirarla,
una última primera vez más.
Porque,
pese a todo,
sonreía.
Sonreía taladrando mi mirada
con sus ojos tristes.

Y así hasta su adiós me parecía bonito.

- Fragmento de "La última primera vez" de Elvira Sastre -

2 comentarios:

  1. Pues me ha gustado mucho!!! Siento que quiero seguir con la historia...

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  2. Gracias!! Tendrás que imaginar cómo continúa...

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