martes, 27 de octubre de 2015

Sale el sol desde el Raval

In memoriam

Hoy mismo me he encontrado con algun@s de l@s nuestr@s, que vienen a comer aquí. ¡Son tan amables! Dan las gracias desde lo profundo de sus corazones. No tienen nada. No es que les hayamos dado nada de más, pero ha bastado esto para darles la sensación de que se les ama, de que hay un lugar adonde pueden venir, de que se les ofrece un amor de hechos, de que se les toma en consideración”. “De l@s pobres he aprendido lo pobre que soy yo misma. Me dan infinitamente más de lo que doy: su alegría (se contentan con todo), su vitalidad para existir, su acogida, su manera de aceptar”. (Madre Teresa)

Hace un año que estuve en el Raval de Barcelona con las Misioneras de la Caridad. No escribí nada entonces, imposible ponerlo en palabras. Lo hago ahora.

Desde que llegó el otoño con su melancolía y sus cielos grises, los días que viví en el Reina de la Paz retornan a mi mente y a mi corazón, produciéndome esa sensación de calma y paz que me embriagó durante toda la experiencia. Pero no sólo la sensación. Sobre todo vuelven las personas. Tanto usuari@s como voluntari@s. Fueron tan buen@s conmigo... Sueño con verl@s y achucharl@s. Se me ensancha el alma. ¿Anécdotas? Muchas. Fregar los suelos con Mistol y luego patinarse por los pasillos puede ser divertidísimo.

Especialmente, me embeleso cuando las personas usuarias del comedor se asoman a mis pensamientos, silenciosos, de puntillas, sin querer molestar. “Las personas que vienen al comedor... no todas son “sin techo”, pero pasan por una mala racha. La mayoría han hecho carrera en la calle, son expertas en soledad, tienen máster en sufrir maltrato y, a pesar de ello, son doctoradas en humanidad”, escribí. 

No sé cómo explicarlo... tanto ellos como las personas en situación de sinhogarismo de Granada me enseñaron tantas cosas importantes de la vida que, últimamente, con el día a día y la rutina de seguridades, se me están olvidando... Ellos me hacen mejor persona. Ellos, que tan mal lo pasan y lo han pasado, tienen detallazos simples que me alegran irracionalmente: una sonrisa, una mirada, un “gracias”, un saludo o una despedida, un piropo, una conversación, un ajedrez bajo tensión, un dominó entre risas, esos vaciles... sobre todo esos vaciles. Ir paseando por las calles de Graná saludando ángeles de las aceras allá donde vayas... no tiene precio!! ¡Qué simpatía y qué arte!!

Son milagros vivos, porque es imposible que sean tan buenos cuando una sociedad ciega, sorda, muda, insensible e indiferente les da la espalda. Ellos hacen grande lo pequeño. ¡Los echo tanto de menos! Cada uno es insustituible. Acogen sin reservas. Cada día me daban lecciones de humanidad. Creo que es porque no tienen nada que esconder ni que aparentar. Su mirada va directa al corazón, no hay antifaz, careta o disfraz que pueda engañarles. La pobreza se les ha convertido en amarga, frívola y agresiva miseria, monstruo que les ha enseñado demasiadas veces a ser desconfiados. 

Que no se me acostumbre el corazón a esto... El valor de su dignidad resulta tan evidente... Su derecho subjetivo a una vivienda, a la alimentación, a la higiene, al respeto...

En Barcelona, cada mañana, atendíamos a 400 personas en dos turnos. Nacionales, nórdicos, latinos, marroquíes, asiáticos, hindúes, de África subsahariana... hippies, rastafaris, punkis, bboys, frikis... padres de familia, solteros, jóvenes, mayores, algunas mujeres... Muliculturalidad y diversidad al poder.

Aun me parece que me toca la nariz ese olor concentrado a sudor y tabaco, a calle y soledad.  Aun veo esas manos encalladas de uñas negras, esos rostros tatuados, barbudos y enfermos. Aun me desarmo ante esas miradas humildes, de quien ha visto y vivido situaciones tan inhumanas que repugnan solamente pensarlas. Son tantos instantes y tantas palabras que se atesoraron en el corazón para siempre... ¡Y servir a las Hermanitas del Cordero... Ése sí que fue un regalazo!!! ¡Y comer lo mismo que servíamos en el comedor... ¡¡TRANSPASANTE!!

Recuerdo que uno de mis últimos días, me dejaron recibir a las personas en la puerta con el voluntario más simpático y adorable (¡Manolo! ¿Cómo hago para volver a verte?). Teníamos que darles una cuchara y una servilleta. ¡Nunca he sido tan feliz como entonces en ese contacto directo! Saludarles con una sonrisa, mirarles directamente a los ojos, intercambiar algún comentario o alguna broma, ¡me ponía tan nerviosa...! Porque merecen un trato exquisito, mejor que el de reyes y grandes prohombres... Son ángeles... y, paradógicamente, se sienten tan poca cosa, hundidos en el fango, en la cloaca de la vida... No sabía nada sobre ellos, sobre su vida y es lo mejor para no juzgar.

En realidad, entre tanto ángel de estómago vacío, la única mendiga era yo, porque ellos suponen algo que necesito y sin ellos me falta lo esencial, que no sé que es. ¿Luz? No es por su circunstancia social ni económica... es por cómo son. Auténticos en sí mismos.

Escribí mucho después de cada servicio y al releer las anotaciones pienso que estaba loca de atar.

Lo fundamental de esta experiencia y que todavía no he mencionado tiene nombre: Jesús de Nazaret. Me fui totalmente abandonada en Él. Sin saber qué iba hacer, dónde iba a dormir... ¡a la aventura!! (y con mucho miedo). Por aquellos días, mi lema de vida después de unos Ejercicios Espirituales era “Me basta tu Gracia”. Fue una gozada experimentarla. Lo más grande. 

Por eso, en estos momentos que me da por recordar, se reaviva mi fe escasa y endeble, porque esto lo he vivido yo, ni me lo han contado ni lo he leído. No es un cuento, ni una fábula, ni una lección sobre dogmas y catecismo. Fue real. Es real. Y simple, nada sobrenatural. Jesús estaba en todo y en tod@s. Él era mi compañero, mi causa y consecuencia, mi meta y mi guía. Muchas veces, parecía que estaba fumada. “Hasta fregar platos o barrer suelos tiene un sentido mayor y lo hago con gusto porque lo hago por ellos."

Recuerdo que después de esos días siendo una vecina más del barrio, se me abrió tanto la mente y el alma que tenía unas ganas enormes de acoger y querer a todo el mundo. Y de regreso a casa, compartí autobús y conversación sobre cualquier tema imaginable, con un cubano afincado en Lleida y de nombre divertido. Cosas de los viajes.

La Madre Teresa me terminó de enamorar al conocerla más. Las sisters son muy buenas, pero tan frías... Sin embargo, me encantó que fueran mujeres fuertes, recias, infatigables. Cuando vi por primera vez el sari casi me desmayo de la emoción, y ese rezar suyo en inglés (Holy Mary, Mother of God, pray for us...), sentadas en el tatami de la capilla, descalzas... ¡asdfghjklñ!!

También fui afortunada porque los Jueves no había comedor y me dediqué a visitar Barcelona en compañía de esa soledad que es musa de poetas y artistas bohemi@s; sintiéndome una privilegiada en todo momento, mientras caminaba Rambla abajo hacia la Barceloneta o me perdía por esos callejones tétricos del Barrio Gótico. Una auténtica afortunada. Sin embargo, añoraba a la gente del comedor. La belleza de una ciudad no se puede comparar a la belleza humana. Nunca.

Casi al final, acompañé a las sisters a la Sagrada Familia, donde se juntaron todas las Madres Superioras de la provincia. Escuchamos Misa en la cripta de Gaudí, mientras un centenar de flashes nos ametrallaban desde la basílica. A continuación, hicimos un pequeño tour por esa catequesis construida a base de piedra y Providencia. Para acabar el día, celebraron una fiesta privada (sólo para monjas) en la casa de Sabadell donde aproveché para hablar con varias chicas que estaban acogidas allí, ¡muy lindas! A la vuelta, fuimos cantando canciones religiosas en inglés como locas y saludando a jóvenes en limusina.

Lo que más me costó fue la despedida, sólo comparable al desgarro al tener que abandonar a mi gente de Granada, y es que allí también fueron las personas en situación de “sin hogar” las que dieron felicidad a mi año lejos de casa. Fueron mi familia- o así lo sentí- porque me dieron todo el cariño necesario, todo el ánimo que requerían mis últimos esfuerzos antes de terminar la carrera, aumentaron mi autoestima hasta límites insospechados... “Te hemos dejado un pedacito de Dios”, me dijo uno cuando fui a verle al hospital el último día. Un pedacito no, a Dios entero, infinito. Son tan generosos...

Es curioso reflexionar sobre los sentimientos encontrados al recordar... regocijo, calma, cariño inmenso, agradecimiento, envidia de mi yo pasado con pase VIP hacia la felicidad... "Mientras yo viva, ellos no morirán" (ref. Gabriel Marcel). Y, algún día, volveré al Arc de Sant Agustí...

Al terminar de escribir esto, vuelven a conseguirlo. Las personas en situación de sin hogar siempre acercan a ese Amor divino y humano. Será porque se parecen muchísimo a Él. Porque son Él. “A mí me lo hicisteis...
"La impotencia que se experimenta junto al pobre, el miedo que nos atenaza... dejan lugar al amor que nuestro pobre corazón no puede producir, a un amor hasta entonces desconocido. Sí, otro corazón late en el nuestro, el de Jesús que ama al pobre y le salva haciéndose uno con él, haciéndose un@ conmigo. Sí, la Misericordia que nos envía hacia l@s pobres es un amor más fuerte que la muerte. Del seno de estas tinieblas, en medio de tantos rostros de sufrimiento, surge la Santa Faz de Jesús, que irradia esta luz del Amor que las tinieblas no pueden alcanzar. El Divino Mendigo busca nuestra fe, nuestro amor, nuestra adoración, para que en la noche del mundo, estallen la ternura del Padre y la consolación del Espíritu Santo, el poder de la Resurrección, victoriosa de las tinieblas, del mal y de la muerte. En su persona, Jesús ha dado muerte al odio." (Htas. del Cordero)

Haznos dignas, Señor, de servir a nuestr@s herman@s.
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.

2 comentarios:

  1. Le has puesto palabras a una experiencia llena de sentimientos.
    Genial!!

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  2. En tiempos de aporofobia, es saludable leer cosas como ésta. Saludos.

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