Paco tiene el cabello de plata y el mar en la mirada. No sabe escribir, pero sus sonrisas se leen por sí solas y cuentan una historia con poquitas luces y demasiadas sombras.
Paco tiene las uñas muy negras de tanto extender la mano y no recibir más que monedas de sucias conciencias.
Paco sabe que se ha equivocado muchas veces, pero nadie le enseñó a vivir y tuvo que arreglárselas solo.
Paco no duerme y acumula sueños grises en las alforjas bajo sus ojos. Quizás, en otra vida, los pinte de colores para hacerlos realidad.
Paco no sabe llorar y piensa que si le quedase alguna lágrima por derramar, la vendería por tiernas caricias.
Paco sufre del corazón y el médico le ha recetado altas dosis de cariños, que no se lo entregue a cualquiera; pero Paco todavía no ha aprendido que ser egoísta sirve como mecanismo de defensa y da lo único que tiene: un corazón grande y rojo, una esperanza que no se marchita.
Paco sufre del corazón y el médico le ha recetado altas dosis de cariños, que no se lo entregue a cualquiera; pero Paco todavía no ha aprendido que ser egoísta sirve como mecanismo de defensa y da lo único que tiene: un corazón grande y rojo, una esperanza que no se marchita.
A cambio del tacto cómodo del colchón bajo su espalda, Paco es el heredero de un inmenso cielo estrellado que se cierne sobre su pecho en las noches a la intemperie. La Luna de rostro pálido le canta una nana y en su cuarto creciente lo acuna dulcemente. Él le manda el tesoro de sus besos amargos, ésos que no pudo dar porque nadie los quiso. El frío lo abraza y lo abrigan los montes. El viento le susurra leyendas, antiguos secretos que sólo él intuye. El alma aprovecha y se eleva hasta Otr@ que sí le comprende.
Cuando Paco se mira al espejo, recorre en sus demacradas facciones las de ese hijo que no conoce y al que imagina feliz y perfecto. A Paco le gustaría verlo y ofrecerle lo que no posee. Siente miedo al experimentar las cicatrices que el tiempo hace en su cuerpo viejo; miedo de que el mundo no le brinde una segunda oportunidad.
Yo quiero adoptar a Paco, jugar a ser su familia, pero Paco está muy cansado de tantas mentiras.
Con suerte, un día Paco vivirá en una residencia de paredes blancas y olor a amoniaco. Por las tardes, un hombre se acercará y lo llevará de paseo por el jardín mientras pronuncia palabras que él ya no escucha. Los Domingos también lo visitarán sus nietas. Pero Paco ya no sabe, ya no entiende... A fuerza de tanto olvidar, ha olvidado recordar. Sus ilusiones se escaparon por la ventana y la vida sigue irreverente e imperturbable.
Podría ser diferente...
“Es triste ver tu pobre rostro herido, pero tú no eres tus heridas"
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