miércoles, 25 de noviembre de 2020

La abuela

"Si estás aquí es porque necesito conocerte
Y así las hijas de mis hijas
Sabrán que hubo una abuela
Que se acercó a mito"
- Rozalén -

"Vida, trabajo y humor..."

La niña siempre imaginaba a la abuela en blanco y negro, como en las fotografías de los viejos álbumes que había en casa. La abuela era una mujer corpulenta y cuando subía a su nieta sobre sus rodillas, ésta se sentía en el lugar más seguro del mundo, abrazada por esos enormes brazos y recostada sobre su pecho cálido. La abuela se dedicó a lavar y lavar, tal vez por esa razón se recogía el lacio cabello azabache en un moño que sostenía con una peineta de hueso y vestía con batas oscuras hechas a medida, con topos o flores blancas. A la abuela le gustaba la colonia y salir a la calle arreglada, aunque jamás se pintó, ni falta que le hizo.

Se casó con un mozo del mismo pueblo, labrador, al que conocía de toda la vida. Tuvieron once hijas, pero la abuela fue ama de leche de otras tantas criaturas. Era una mujer de carácter fuerte frente a un marido de talante tranquilo y amable, quien lloraba a moco tendido con las novelas del oeste y que, de vez en cuando, empinaba el codo y regresaba al hogar más cariñoso y alegre de lo habitual.

En las noches de verano, salían a departir con las vecinas y la abuela mandaba a sus niet@s a por agua a la fuente para refrescarse. Le gustaba jugar a las cartas y charlar. Se interesaba por la gente, pero no por malicioso cotilleo, sino porque realmente se preocupaba por unas y por otros. 

Las mañanas de sábado, la nieta se despertaba con el rico aroma a café recién hecho. Sus padres habían marchado a trabajar y en la cocina estaba la abuela. Al carecer de cafetera, hervía el café en puchero, al que añadía una buena dosis de azúcar y pedazos de pan seco. Las semillas molidas se filtraban a través de una manga y tintaban el agua mezclándose con el resto de ingredientes. Eran los desayunos secretos entre abuela y nieta. Quizás por eso, por el cóctel de confidencia, glucosa y afecto, se convertía en el mejor momento del día para ambas. Otros, eran las meriendas bañadas en chocolate, procedente de la tendera de la esquina, a la que la abuela mandaba a su nieta con una mirada pícara y un susurro cómplice.

La abuela tuvo una hija muy especial. Una hija que la cuidó en la vejez y con la que convivió gran parte de su vida. Esta hija contenía en la mirada la bondad del mundo y aunque a muy temprana edad tuvo que abandonar el hogar para trabajar en otras casas y servir a otros señores, la relación nunca se enfrió. Esta hija de ojos color mar también se casó con un hombre bueno y tuvo una hija y dos hijos. Más tarde, llegaron l@s niet@s. Y nunca nadie ha querido tanto a un@s niet@s como ella. Siempre ha estado ahí para ell@s, con esa sonrisa espontánea que se le salía al verles y que le hacía chispear los ojillos; para recibirles con un beso, una caricia o una de esas comidas que sólo las abuelas saben preparar. Ni una mala palabra salió de sus labios y si alguien la trató mal, ella se comportó con dócil magnanimidad, como la reina y señora que es.

La abuela de los ojos azules fue una mujer de su tiempo, como su madre, acostumbrada a la sumisión y a la obediencia, tal y como lo mandaba la tradición y la iglesia, y quizás por esa falta de libertad, su experiencia de Dios se limitó a oraciones aprendidas y sermones mentirosos que asustaban más que atraían. Sin embargo, la niña que estudiaba el pasado desde el ventanuco del tiempo, creía ver en esas dos mujeres a las que admiraba -su abuela y su bisabuela-, almas simples que aceptaron sus circunstancias y no se condujeron por espíritu de esclavas,  aunque cuando se les preguntaba si habían sido felices, no sabían qué responder por la escasa práctica de pensar en ellas mismas un poquito.

Su revolución se fraguó en la rutina de ser fuertes cada día, más allá de las injusticias soportadas, de los gritos acallados en silencios baldíos, del desconocimiento de sus derechos, de los crímenes cometidos contra su esencia femenina; de aguantar injurias, malos tratos, persecuciones por callejones solitarios y oscuros; trabajos sin remuneración alguna, rozando la explotación; transigiendo con una sociedad que no valoraba sus palabras ni sus deseos, olvidando quienes eran para convertirse en esposas, madres y abuelas, cuidadoras de tod@s, protagonistas de nada. Su testimonio es un ejemplo para nosotras, las mujeres de hoy. Su reconocimiento, tardío, pero necesario y justo.

Cuando la niña despierta se siente más capaz, se sabe salvaje y jamás enjaulada entre los muros de lo aceptable, de unos roles de género que no concuerdan con su identidad. Ella no podría vivir la resignación valiente de sus antepasadas, por eso sólo queda un camino. 
Hasta el final. 
Por ellas.
Por nosotras.
Por las que nos faltan.
Por todas.

Y está preparada. 
Y lo sabe. 
Y lo sé. 
Porque esa niña, 
soy yo.


"Y sin hablar me dices tanto
Que prefiero seguir mirando"
- Rozalén -

2 comentarios:

  1. Jó Guillermina , has descrito la historia de mi familia!!!! Me ha encantado....

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